Innovación para salir de la crisis

Este es un encargo del Diario Ideal, para un especial sobre innovación. Aunque no estoy de acuerdo con el abuso (se ha convertido para los políticos en algo tan vacio como el desarrollo sostenible), sí que pienso que es una parte importante de la solución de este país. Espero que os interese:


Partamos de un par de conceptos básicos. Tal y cómo se define una recesión, ésta es la sucesión de más de 2 trimestres consecutivos con decrecimientos del PIB (ya llevamos 4). El PIB, tal y cómo se calcula actualmente, se contempla desde el lado de la oferta como la suma de los valores añadidos de los distintos sectores económicos. Para que el PIB crezca, en consecuencia, podemos plantear dos modelos extremos: uno sería el crecimiento de la producción por la vía de la movilización de más recursos; otro, la mejora del rendimiento de los recursos ya utilizados.
La primera vía es la que ha estado utilizando España en los últimos años. A través de la movilización de ingentes cantidades de mano de obra se había logrado hacer crecer el PIB. La razón última de este modelo de desarrollo estaba en la existencia de una prolongada burbuja en los precios de los inmuebles, que impulsó la hipertrofia del sector de la construcción y de todos sus servicios e industrias auxiliares. La construcción no se caracteriza por ser un sector en el que se consigan grandes ganancias de productividad, pero esa realidad se ocultaba por la marea de los precios crecientes y sus implicaciones en términos de valor añadido y generación de empleo.
Pero, al retirarse bruscamente esa marea, nos vemos de pronto con la necesidad de un fuerte ajuste. Un ajuste mucho más dramático de lo normal porque, aparte de las repercusiones sobre los valores de los bienes, se acompaña de un recorte dramático del empleo, consecuencia lógica de la ya comentada baja productividad de nuestro sector estrella.
Es evidente que durante los años de bonanza se han logrado unos importantes hitos en términos de bienestar y que no todo se perderá. Sin embargo, hemos aprendido del riesgo que conlleva crecer sólo a base de movilizar recursos. Ahora tenemos la clara conciencia –hasta que una nueva burbuja nos ciegue de nuevo– de que además necesitamos mejorar la productividad, puesto que esa es la vía para lograr ganancias de competitividad para nuestras empresas y para nuestra economía. Y, desde hace mucho tiempo, tenemos claro cual es el mecanismo que lo posibilita: la innovación.
Aún siendo conscientes de que el término se está desvirtuando, al haberse convertido en una muletilla del argot político, no podemos dejar de reconocer que es la mejor solución, sino la única, que se le plantea a la economía española para salir de la parálisis en la que se encuentra.
A la hora de trasladar ese nuevo modelo de crecimiento basado en la innovación no nos queda más remedio que reconocer que es en el ámbito de las empresas en el que ésta encuentra el terreno abonado para su aparición. Una innovación, desde el punto de vista empresarial, no es más que cualquier cambio realizado en la empresa (procesos, productos, mercados, …) que genera valor para la organización. Las vías para alcanzarla son diversas y van desde la casualidad hasta la inversión planificada en I+D. La primera es poco deseable, ya que el azar no puede ser el motor de ningún proceso con visos de continuidad en el tiempo. Las empresas españolas deben imbuirse en la cultura de la innovación, desde las muy pequeñas hasta las muy grandes, esforzándose siempre por encontrar espacios de mejora en sus procesos, productos y mercados. Asimismo, aquellas que se lo puedan permitir deben realizar procesos de I+D encaminados a la búsqueda de ventajas competitivas perdurables y significativas. Desgraciadamente, el tejido empresarial español no está aportando al I+D nacional en la medida que lo hacen los países más avanzados, quedando la mayor parte del peso de la investigación del lado del sector público. Probablemente se trate de un problema de filosofía, pero también de incentivos, los cuales deben ser definidos por la Administración.
Por otro lado, la opción de la productividad tiene el inconveniente de que no genera mucho empleo a corto plazo, pero el que genera es mucho más sostenible en el tiempo. Asimismo, la alternativa del I+D y la innovación implica una apuesta por la calidad del capital humano y por la creación de una sociedad innovadora, lo cual no se consigue de pronto, sino que es el resultado de procesos educativos, formativos y sociales de largo plazo.
En resumen, ni será corto, ni será fácil, pero si España quiere labrar su futuro debe hacerlo mirando hacia el medio y largo plazo, con imaginación y con una actitud hacia la novedad mucho más abierta que la que ha demostrado hasta el momento.

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