La venganza de la Tierra, de James Lovelock

A medio camino entre el testamento vital y el trabajo alimenticio, en esta nueva entrega del padre de la teoría de Gaia, se nos presenta un planeta en estado de peligro inminente, con la mayor parte de los umbrales críticos sobrepasados y al borde de un colapso que arrase con el ser humano y con el resto de la creación. Según la hipótesis Gaia el planeta se comportaría como un ser vivo, en el que la vida y el propio planeta coevolucionan, de forma que se mantienen unas condiciones relativamente estables a lo largo del tiempo, de forma que pueda existir vida. O sea, el planeta se autorregula con la intención de mantener las condiciones necesarias para la vida.
El aspecto de trabajo alimenticio se lo da el propio tamaño y estilo en el que el libro está escrito. Unos meses antes de que el IPCC presentase su 4º informe y con ese título tan apocalíptico, el éxito editorial sería cosa hecha. Pero también tiene pinta de ser una especie de testamento intelectual, en el que Lovelock (ya muy mayor) cuenta el desarrollo de su teoría, se explaya en la crítica del autismo de las distintas ramas científicas y, en fin, dibuja un panorama muy pesimista del futuro (como hizo también Galbraith en su última obra).
Con respecto al contenido, hay aspectos muy controvertidos, como la clara apuesta por el uso de la energía nuclear, por ser la vía menos dañina para el planeta (no para la humanidad, sino para el planeta en su conjunto). Otra idea fuerza del texto es la inutilidad de conceptos y principios como el desarrollo sostenible. Desde su punto de vista, el desarrollo sostenible ya no es suficiente. Ya hemos cruzado tantos umbrales que no queda espacio de maniobra: en el planeta somos demasiados y demasiado dañinos, por lo que la única estrategia que podría plantearse es la del decrecimiento.
Esta idea es muy sugerente desde el punto de vista de un economista, educado en la idea de la bondad incuestionable del crecimiento del PIB, con sus efectos correlacionados en el empleo y en la renta de las gentes y de los países. ¿Se imaginan a un político europeo defendiendo en su programa la idea del decrecimiento, algo así como que producir menos es mejor? La visión de Lovelock, desde el punto de vista económico, la podríamos clasificar como malthusiana, por cuanto encuentra una importante relación entre el tamaño de la población humana y la disminución de la capacidad del planeta para autorregularse.
A lo largo de las páginas aparecen la teoría de la evolución, el cambio climático, la influencia de las algas en la formación de nubes, el oscurecimiento global, las energías alternativas e, incluso, algunas soluciones de macroingeniería para enfriar el planeta ya que, según el autor, el estado ideal para la biodiversidad es el de las glaciaciones.
En cualquier caso, el libro supone una buena muestra de una corriente de pensamiento esencialmente pesimista sobre el futuro de nuestra especie, reflejo de un ecologismo que antepone la salud del planeta a la de los propios seres humanos. Prefiero pensar que se equivoca y que seremos lo suficientemente inteligentes como para evitar lo peor, aunque los ejemplos que hemos dado de comportamiento irresponsable para con nosotros mismos a lo largo de la historia (véase Colapso, de Jared Diamond) no invitan precisamente al optimismo. Ojalá Lovelock no tenga razón, y ojalá todo el mundo leyera su libro, para tener la oportunidad de pensar en la Tierra como en un todo en el que nosotros sólo somos un elemento más.
 ADDENDA: Enlace a una entrevista que le realizó la BBC el pasado mes de marzo sobre este tema (con videos).

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