El sueño del celta, de Vargas Llosa

Vargas Llosa ha sido desde Pantaleón y las visitadoras uno de mis autores de cabecera. Lo reconozco, a pesar de que no comulgo con sus ideas políticas, como escritor ocupa un lugar destacado. De hecho, para mi forma parte del trío de los grandes latinoamericanos, junto con Borges y García Márquez. Vaya por delante que, por tanto, creo que es muy merecido el premio Nobel que recientemente ha obtenido. Este es un premio que se suele conceder normalmente a autores con amplio recorrido (y precisamente, por eso, en la parte final de su carrera). Sin embargo, si hubiera sido sólo por esta novela, yo no se lo hubiera dado.
Para comenzar, más que una novela de ficción es una biografía novelada. Roger Casement es un personaje real, que merced a sus informes para el foreing office británico contribuyó al desmoronamiento del salvaje sistema colonial que imperaba tanto en el Congo belga, como en el Putumayo amazónico. En ambos casos, la barbarie humana llegaba a extremos genocidas y también en ambos casos el motor era la codicia alimentada por el caucho. Casement, enviado en ambos casos por las autoridades británicas, recopiló información pormenorizada y pruebas de todo tipo para mostrar el grado de salvajismo alcanzado por los supuestamente civilizados europeos. Gracias a esos trabajos fue promovido a caballero británico.
Sin embargo, en el envés de su compleja personalidad, era un convencido nacionalista irlandés, hasta el punto que negoció con la Alemania del Kaiser una alianza para lograr la independencia de Irlanda. Gran parte de sus emolumentos fueron a parar a las arcas de los movimientos independentistas y sus últimos esfuerzos los dedicó a la causa irlandesa, por la que terminó muriendo (este es el principio de la novela, por lo que no destapo nada).
El retrato que hace Llosa es excelente, siendo las partes en las que narra sus experiencias en el Congo y en el Putumayo las mejores, para mi gusto, del libro. Sin embargo, la narración pierde fuelle hacia el final, por lo que la lectura se vuelve un poco pesada. Por otro lado, cuando se trata de perfilar la compleja personalidad del hombre, Llosa opta por un término intermedio en lo que se refiere a su homosexualidad. Da la impresión de que no encaja que el mismo hombre que mostró tal sensibilidad hacia el sufrimiento ajeno, fuera capaz de realizar aquellas escenas excesivas que aparecieron supuestamente en sus diarios. Lo cual, a mi modo de ver, resulta contradictorio con el resto del perfil que describe.
En fin, creo que es una buena novela, pero no la mejor de Llosa, ni siquiera a la altura de la anterior, por lo que habré de esperar a la siguiente para entusiasmarme, o volver sobre alguna de las antiguas y redescubrirle en sus mejores momentos.

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