Carta a la comunidad del CEIP Luis Siret

El pasado viernes, coincidiendo con la fiesta de final de curso, me despedí de la directora del centro. Por mor de la normativa y la ingeniería de los puntos para la secundaria dejamos el colegio después de 11 cursos. Pero creo que tantos años merecen algo más que unas palabras apresuradas antes de la fiesta. Además, también creo que de vez en cuando no viene mal que la comunidad que forman el personal del centro, los maestros y las familias reflexionemos sobre lo que significa la educación de nuestros hijos y la importancia que tiene para ella el colegio que nos toque o que elijamos. Y, en este sentido, tanto Jorge como Javier han tenido la suerte de recibir la mejor educación posible.
He de admitir que inicialmente tenía muchas dudas. No acompañaba el estado del edificio y tampoco me terminaba de convencer la edad media del profesorado. Pronto quedó demostrado mi error de valoración. Lo más importante de un centro educativo no son las instalaciones (aunque ayuden), sino sus maestros y maestras. Ellos son las palancas que provocan el aprendizaje de nuestros niños.
Durante todos estos años he tenido oportunidad de conocer a casi todos los profesores, he participado activamente en la Asociación de Madres y Padres, he estado en el Consejo Escolar y hasta detrás de la barra en la fiesta de final de curso. Es decir, he sido parte activa de la comunidad, y atesoro información suficiente como para emitir una opinión informada. Y, aunque no todo es perfecto, y hay mucho que mejorar, no se borrarán de mi memoria la forma cómo Loli Carmen y Águeda lograron que los peques fueran abejas y mariquitas de bajo coste para que todos pudieran disfrutar el carnaval; ni como la dirección del colegio se desvivía para que algunos niños con familias muy desestructuradas o sin recursos participaran en todas las actividades; o cómo D. Antonio incitaba a Jorge a que curioseara en los libros para descubrir el origen de Cristóbal Colón; ni, hace nada, ver la preocupación de María José con el comportamiento de Javier. No puedo dejar de mencionar tampoco el cariño con el que nos ha tratado Inma siempre a la AMPA. Incluso, tengo que recordar y reconocer el comportamiento de Álex, Tamara y Tito, con los equipos de baloncesto enseñándoles a competir, a ganar y (lo más importante) a perder y aprender de la derrota. Por supuesto, será para siempre imborrable la imagen de Sole disfrazada de hada. Esa actitud y vocación no hay sueldo que lo pague.
Así que por eso, porque lo que mi familia ha recibido no se paga con dinero, es que quiero agradeceros públicamente vuestra dedicación, vuestra pasión por un trabajo a veces tan ingrato y todo lo que habéis hecho por mis niños.
Gracias,



David Uclés Aguilera
Padre de Jorge y Javier

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