Bizancio, de Judith Herrin

Hace unos días un amigo me preguntó qué ganaba yo leyéndome un libraco de historia sobre Bizancio como éste. La verdad es que me quedé un poco parado. Mi amigo es un pragmático y debía saber sobre este imperio lo mismo que sabía yo: que duró 1.000 años y que, tras la caída de Constantinopla, la emigración de muchos de sus artistas y sabios hacia Occidente contribuyó al surgimiento del Renacimiento.
La respuesta que le di a mi amigo fue que tenía curiosidad. Me parecía increíble que en mis libros de historia sólo hubiera un par de pequeñas referencias a este imperio que, aunque sólo fuera por eso, era la continuación de la propia Roma y había perdurado ¡1.000 años!
Un milenio de historia de una gran parte del mundo, una parte del mundo que hasta ese momento de la historia había sido cuna de algunas de las civilizaciones más interesantes. De ahí, los libros de texto pasaban a los bárbaros y luego al Islam.
¿Sirve este libro para satisfacer esa curiosidad? La respuesta corta es sí, por supuesto. Pero es algo más. Para empezar, se nota a la legua de Herrin es una enamorada de Bizancio, de su cultura, de su arte, de su organización, hasta de sus armas. Y lo hace a través de un relato distinto del tradicional. En lugar se hacerlo con orden cronológico, lo que hace es centrarse en diversos aspectos del Imperio: la religión, los iconos, el idioma, el ejército o los nacidos en la púrpura. De esta forma, es complicado seguir el hilo temporal, puesto que el relato va y viene en el tiempo a base de saltos. No obstante, y a decir verdad, los saltos tienen un mínimo de orden, ya que se trata de saltos dentro de ciertos períodos.
A lo largo de sus paginas se descubren cosas tan interesantes como que Bizancio logró frenar en Oriente Medio al Islam que, sin embargo, siguió expandiéndose por el Norte de África y hacia el Este. Los bizantinos lograron taponar la entrada directa. Herrin mantiene que si las huestes árabes hubieran logrado entrar en esa zona de europa en su primera expansión, las inestables y débiles naciones europeas hubieran seguramente sucumbido (lo que, en realidad es mucho supones, ya que en 711 entraron por el Estrecho de Gibraltar y fueron frenados por los francos).
Otra de las enseñanzas que este lector ha encontrado en estas páginas es que la fuente de los clásicos de la antigüedad que volvieron a Occidente por la vía de Al Andalus era precisamente Bizancio. Y es que a pesar de ser un imperio profundamente cristiano, también supo mantener en su sistema de enseñanza la base de la cultura antigua de Grecia.
En fin, es una estupenda oportunidad de saciar la curiosidad si uno quiere saber qué es Bizancio y descubrir en qué medida sigue influyendo sobre nuestro presente.

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