Necesitamos un rescate moral

Hablamos tanto de crisis que comienzo a pensar que la crisis también está en crisis. Pero no es cierto, antes al contrario, a pesar de que uno se empeña en querer ver la luz al final del túnel, rápidamente surge algún dato agorero que te contradice.
Hace unos días llegó el esperado rescate bancario, que se dirigirá casi al completo a Bankia, una de las entidades consideradas sistémicas. Rápidamente, la prima se relajó (no mucho) y la Bolsa subió. No digo yo que no fuera necesario ese rescate, y alguno más que estará por llegar, pero comienza a cabrearme considerablemente que no estemos realizando al mismo tiempo un “rescate moral” de este país. Bankia es una entidad sistémica, pero también es el resultado de un apresurado proceso de fusiones y de la liquidación del sistema centenario de cajas de ahorros. Dicho en un tono más directo: Bankia es tan grande porque, como parte de la estrategia de supervivencia del sistema financiero que se diseñó estuvo dirigida a obtener entidades más grandes, poniendo el acento en lo de grandes, y no en la eficiencia o en la rentabilidad. Hicimos a Bankia más sistémica aún, y eso se suponía que era parte de la hoja de ruta para salir del problema. La primera conclusión es evidente: el plan original no era bueno. No lo era en términos económicos, puesto que creamos una entidad con un agujero enorme y sobredotada y con redundancias en su red comercial y en sus recursos humanos. Finalmente, socializamos sus pérdidas, y volvimos a demostrar que aquello del too big to fall (demasiado grande para caer) es jodidamente cierto.
Y, mientras inyectamos unos millones de euros que no tenemos y que no sabemos muy bien cómo pagaremos, el paro se extiende por la sociedad, aportando su pátina de pobreza y castigando a los elementos más débiles de la misma. La pesadilla económica nos muestra ahora una nueva oleada. Ya hay 1,2 millones de familias con todos sus miembros en el paro, la pobreza se ha triplicado y se han detectado problemas de alimentación infantil que creíamos olvidados desde los 70. Los subsidios a los desempleados, que se diseñan como un colchón entre situaciones de trabajo, se agotan porque no hay una oferta de empleo que pueda absorber la enorme cantidad de parados que tenemos. Y, como muchas de esas familias adquirieron sus viviendas a precios inflados de la burbuja mediante el recurso a las hipotecas, se añaden poco a poco a la lista de los que dejan de pagar, porque no pueden. Y ellos terminan en la calle y sus viviendas siendo consideradas activos tóxicos destinados al Banco Malo.
Desde la perspectiva moral la cosa es tal que así, premiamos a los gestores que tomaron decisiones demasiado arriesgadas, hasta el punto de hacer quebrar sus entidades, salvando esas mismas entidades con dinero público (de todos) y dejamos a una enorme cantidad de familias al pairo, con la doble tenaza de sus deudas, por un lado, y de los recortes sociales, por el otro (ahora que necesitan esas prestaciones y servicios más que nunca). Algo no estamos haciendo bien. Es más, creo que lo estamos haciendo rematadamente mal.
Fuente: Fundación Cajamar

Porque, además, es muy posible que una parte importante de esas viviendas que se quedan vacías lo sigan estando por muchos años. Es un efecto perverso, pero cada nueva vivienda que queda vacía se convierte en una nueva oferta al mercado inmobiliario, ya de por sí aquejado de una enorme sobreoferta. Esto sólo contribuye a que los precios no encuentren suelo y a que los precios sigan cayendo, con lo que las garantías colaterales de los créditos hipotecarios se reducen, agravando los problemas de solvencia de la banca.
No estoy diciendo que no se apoye a la banca. Estoy diciendo que no nos olvidemos de los ciudadanos. ¿No podemos arbitrar una solución de compromiso en la que las familias puedan permanecer en sus casas abonando un porcentaje razonable de sus ingresos? Así, aunque pierdan la propiedad, no perderían el techo, ni la posibilidad de recomprarla en un momento más favorable del ciclo.
Por otro lado, y sigo con la necesidad de rescate moral, no es normal que en un país con los problemas del nuestro nos dediquemos a organizar amnistías fiscales o a desmontar unidades de lucha contra el gran fraude fiscal. Entiendo que las necesidades del corto plazo exigían una fuente de ingresos rápida, pero al mismo tiempo debería haber ido acompañada la medida de una oleada de inspecciones. El mensaje que se lanza con este tipo de medidas es “tranquilo, tú defrauda, que en unos años pagando una quinta parte de lo que estás dejando de pagar ahora dispondrás de tu dinero limpito como una patena”.
El resumen es que cualquiera que lea los diarios o simplemente preste atención a las charlas de café, se percata de que la gente piensa que en este país “siempre pagan los mismos”, “los ricos nunca pagan”, “el listo vive del tonto, y el tonto de su trabajo”, etc. O sea, que de la misma forma que los beneficios de la bonanza se repartieron de forma asimétrica, los costes de la misma también lo están haciendo, pero con una correlación inversa (véase esta entrada en Nada es gratis para ampliar).

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