Una Unión con freno y marcha atrás

En los momentos en los que se redactan estas líneas, las primas de riesgo de los países “periféricos” vuelven a estirarse por los efectos de una posible ruptura en las negociaciones entre el gobierno griego, sus socios y el Fondo Monetario Internacional. A medida que pasan los días, la liquidez helena se va agotando y se hace casi imposible que Grecia cumpla con sus compromisos de pago sin la inyección de un nuevo paquete de ayuda. La realidad es que, como advertían muchos, Grecia no puede pagar la deuda contraída. Endeudarse aún más no solo no es solución, sino que aumenta la losa que pesa sobre la población y que está dejando a varias generaciones sin expectativas.
Es obvio que Grecia ha llegado a este punto por sus propios méritos. No ha habido ninguna situación de guerra ni ha sido por una acumulación de desastres naturales; ha sido mayoritariamente una cuestión de mal gobierno, irresponsabilidad de las autoridades monetarias y los efectos multiplicadores del crédito sobrevenidos con la unión monetaria. Los gobiernos del “Norte” no tienen fácil vender a sus ciudadanos una condonación de deuda a un país que ha estado engañando sistemáticamente y que, según el estereotipo, se pasa la mayor parte del año de fiesta en fiesta y trabajando lo justo.
Así las cosas, estamos asistiendo a una carrera suicida frente al precipicio de la salida de Grecia del euro (y su posible ruptura) en la que los griegos y los socios aprietan el acelerador esperando poder frenar justo antes de cruzar el límite del abismo y dos décimas de segundo después del otro. La teoría de juegos nos dice que todos tienen mucho que perder en el escenario Grexit y que, por tanto, no se llegará tan lejos. Sin embargo, Europa acumula una amplia historia de meteduras de pata con desenlaces terribles.
Por otro lado, los británicos andan presionando por lo suyo, en un movimiento que recuerda los tiempos de la Dama de Hierro y el famoso cheque. El Reino Unido planea someter a referéndum su pertenencia a la UE y no es descartable que termine ganando el no. Visto con un poco de perspectiva, hemos pasado de un momento de aceleración proeuropea, cuya culminación fue el euro a otra (que comenzó con el rechazo de la constitución europea) en la que las fuerzas disgregadoras ganan fuerza, apoyadas por los efectos de la gran recesión que hemos vivido y la sensación ciudadana de que la Unión no ha sido capaz de actuar de forma coordinada.
La salida de Grecia del euro podría no ser importante, como creen algunos gobiernos. Pero, para los mercados la lectura sería que el euro no es definitivo, generando de facto una distinción entre los distintos países, con tasas de intereses sobre la deuda diferentes de manera prolongada o posibilitando apuestas especulativas sobre la caída de la moneda única. Al margen de la situación en la que quedarían Grecia y sus ciudadanos (a menudo se nos olvida que una devaluación por competitiva que sea supone un empobrecimiento repentino de la población), abocados a una suspensión de pagos y una reestructuración de la deuda unilateral; los países periféricos pasarían de nuevo a ocupar la primera línea de fuego. En el caso de España, además, podría ponerse en riesgo la recuperación, al aumentar los costes de financiación de la economía real en un momento en el que el crédito a las actividades productivas comenzaba a recuperarse.
Dicho acontecimiento, además, podría confirmar la opinión de los británicos de que no merece la pena pertenecer a este club y, en resumen, dar al traste con el mayor esfuerzo pacificador (y pacífico) de la historia del continente. Nos estamos jugando el futuro de la Unión en Grecia y Reino Unido y no parece que nadie se haya dado cuenta de ello. Y si no es así, entonces es que hemos encargado a un pirómano que nos apague el incendio

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