Soltando amarras... de La Línea

"Nueva" playa de Poniente. WIKIPEDIA

Mi DNI informa que nací en Almería. Sin embargo, eso no es del todo cierto. Uno no es solo de donde le dan a luz, es de dónde se construye a sí mismo, es de dónde uno se siente Y yo, a medias porque quiero y a medias porque no lo puedo evitar, siempre me he sentido, además de almeriense, linense. De La Línea son mis amigos más antiguos, a La Línea pertenecen mi infancia y mi adolescencia. Allí me enamoré por primera vez, y allí lloré de desamor por primera vez. De La Línea surgió el David que vino a Almería y que ya poco cambió (bueno, físicamente muchísimo y para peor).
En esos recuerdos piojosos están marcados a fuego los domingos en el Pinar del Rey con mis primos Róber y Lorena, y sus padres: Juanini y Consuelo. En ese mismo lugar estuvo mi colegio, los Salesianos, con su santísima trinidad (Don Ramón, Don Emilio y Don Miguel). Y de ese colegio salieron mis amigos linenses, los que hasta hace apenas un año aún acudían todos los 25 de diciembre a casa de mis padres a celebrar mi cumpleaños con la tarta de nata. Pero como la vida, todo llega a su final (al menos de momento, hasta que alguien cure el envejecimiento). Y mi historia con La Línea parece que va a cerrarse de manera definitiva.
En realidad, el comienzo de este largo adiós comenzó en 1985, con mi regreso a Almería para estudiar COU en el Celia y luego en la Escuela de Empresariales. Mi domicilio familiar siguió siendo por siete años el del Polígono San Felipe, al ladito de una frontera que conocí todavía cerrada. Pero en el momento en que mis ojos se fijaron en unos ojos marrones gigantes, el hilo de Ariadna que aún me mantenía unido a aquel rincón gaditano se rasgó. Además del amor y de una familia propia, Almería me dio una carrera profesional apasionante, me ofreció un caso de estudio en las ciencias sociales absolutamente irrepetible, un lugar repleto de experimentos naturales y la posibilidad de poder vivir haciendo algo que me gustaba.
Poco a poco las visitas se fueron distanciando y apenas se limitaban en los últimos tiempos a un par de ocasiones en el año. Aún así, allí tenía un lugar al que volver, la casa de mis padres.
Esa última amarra es la que se suelta ahora. Mis padres han iniciado el camino de retorno a Almería y hace unos días cerraron la venta de su casa. De nuestra casa. De un pedazo muy importante de nuestras vidas. Y siento que en el momento en que ellos cierren esa puerta por ultima vez, habré perdido la principal razón de esos dos viajes anuales. Sigo teniendo allí una hermana, y a mis amigos; y un grupo de WhatsApp con mis primos (muchos de nosotros en la diáspora) que me mantienen en cierta medida unidos al territorio de nuestra infancia. Pero ya no tendré un hogar al que pueda regresar, las naves habrán sido definitivamente quemadas.
Aunque La Línea de finales de los 70 y principios de los 80 seguirá indeleble en mi memoria mientras el Alzheimer me respete. Allí estaré todos los veranos, en la playa de Poniente, la de antes, no la artificial, tumbado sobre la arena jugando con otros niños; o navegando por la bahía con el Dundy y mi contramaestre Juan Carlos; o jugando a las palas en la playa de Levante con Javi; o pedaleando con Andrés camino de la segunda torre. O esperando el amanecer el último día de la feria con Marcos.

Créditos de la foto

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