Elogio de la complejidad
Este artículo se publico en el Diario de Almería con anterioridad, siendo la primera entrega de La columna del otro.
Cierren los ojos. Trasládense a hace apenas diez años. Para entonces el mundo ya había sufrido la terrible crisis de 2008-2009 en la que a los españoles se nos dijo que habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades, y que teníamos que pagar el precio. Aquel mundo tan cruel seguía siendo reconocible para cualquiera que hubiera cumplido los 30 años dentro del siglo XX. Y también era un mundo que cambiaba rápidamente. Porque desde siempre, cada pocos años, hay una noticia del siglo, una que lo cambia todo.
Sin ir más lejos, siendo niño, viví la muerte de Franco y el cambio de régimen en España. Mi adolescencia comenzó en plena Transición y asistí por televisión a la firma del acuerdo de Adhesión de España a las Comunidades Europeas. A mitad de carrera, la Unión Soviética colapsó y, como dice Tony Judt, se cerró el último fleco de la II Guerra Mundial. Aquello fue un cataclismo. Vimos la caída del Muro de Berlín absolutamente atónitos. Y, a partir de ahí, la reunificación alemana y la expansión de la ya Unión Europea hacia el centro y el este del continente. Y, de seguido, el estallido de la Guerra de los Balcanes, que volvió a traernos el sonido de las bombas.
Y aún la historia nos guardaba más sorpresas: las guerras del Golfo, los atentados del 11S y la posterior «guerra contra el terror» que desembocó en la invasión de Afganistán y una sucesión de terribles atentados yihadistas en todo occidente, incluidos los de 2004 en Madrid (el 11-M) y los de agosto de 2017 en Cambrils y Barcelona.
En todos aquellos casos, la información nos llegaba por los medios tradicionales, periódicos, radio y televisión. La irrupción de Internet ya se había producido, pero las redes sociales aún no formaban parte de nuestro día a día. FaceBook no nació hasta 2004 y Twitter arrancó en 2006, que son las que podríamos considerar las primeras redes sociales masivas. Antes de ellas, lo que triunfaba en la Red eran los blogs y los foros, pero con un alcance mucho más limitado, si bien ya se comenzaban a vislumbrar algunos rasgos perversos.
Aquellos medios tradicionales, por supuesto, tenían sesgos ideológicos, pero también una imagen que salvaguardar y procuraban ofrecer a sus usuarios no solo crónicas de los hechos sino también análisis especializados. La contrapartida era que su alcance estaba limitado. En cualquier caso, la complejidad tenía cabida en la información general.
Sin embargo, hoy triunfa el simplismo. Las explicaciones llenas de matices se han sustituido por etiquetas que nos ayudan a clasificar a las cosas y a las personas como favorables o no, como amigos o enemigos. Porque la simplificación ha venido de la mano de la polarización.
Recuerdo que cuando entré por primera vez en Twitter pensé que se abría una nueva era de información sin barreras, en la que todas las mentiras saldrían a la luz pública. Porque, aunque una noticia tuviera más valor en un cajón que en una primera página, alguien podría publicarla libremente saltándose la censura de los medios. Obviamente, pequé de simple. Las redes no nos han hecho más libres ni mejor informados. Se han convertido en un vertedero de medias verdades, mentiras enteras, desinformación y odio. Y nosotros, sus usuarios, hemos desnaturalizado el principio de la «navaja de Ockham» buscando siempre una solución más simple y, a ser posible, más lo más acorde posible con nuestros prejuicios.
Así que permítanme iniciar mi colaboración en este medio haciendo un elogio a la complejidad. La realidad siempre lo es. Tiene muchas aristas. Querer solucionar los problemas aplicando medidas que solo responden a una de ellas, en el mejor de los casos, los parchearán temporalmente, pero en el peor de ellos podrían tener repercusiones terribles y de largo plazo. Aunque sea tedioso, deberíamos esforzarnos por conocer todas esas aristas, o la mayor parte de ellas, para así articular soluciones que no necesariamente serán exitosas, pero seguramente serán menos dañinas que las simples y falsas.
Abran los ojos.
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