La teoría del fuego cruzado

Hace 20 años mi inocencia era tal que pensaba que se podía ser apolítico. En realidad, hoy ya se que ese estado sólo lo alcanzan los sumidos en el coma profundo. Cualquier aspecto de nuestra vida se ve salpicado por la Política, al menos en lo que a su acepción décimosegunda se refiere:
Orientaciones o directrices que rigen la actuación de una persona o entidad en un asunto o campo determinado.
Sin embargo, pensar que la Política lo inunda casi todo, hasta el punto de superponerse casi por completo al ámbito de las relaciones humanas, no significa que eso a lo que se dedican los políticos esté relacionado con ella. Me explico.
Hoy he tenido la certeza de que lo que se denomina "diálogo político" no es más que un diálogo de sordos, a veces incluso uno de esos diálogos para besugos de los que Armando Matías era un maestro. La mayor parte de las veces, el supuesto diálogo se centra en alguna de las aristas del problema, casi siempre poco interesante para los ciudadanos. Otras veces, ni siquiera se ocupa de atender "problemas reales" de la sociedad. Y, siempre, siempre, se concibe en términos de enfrentamiento partidista.
Tal vez sea una necesidad marketiniana de diferenciarse, pero lo cierto es que sólo se alcanzan consensos cuando sienten el aliento de la sociedad (o de los medios de comunicación) en el cuello y, a veces, estos acuerdos son meras fachadas tras las cuales se sigue desarrollando una eterna guerra de trincheras.

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