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Mostrando las entradas etiquetadas como Relato

Ojos de perro azul, el primer Gabriel García Márquez

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Gracias al catálogo en castellano de Amazon , la única tienda de ebooks con precios de ebooks, he tenido acceso a la recopilación de cuentos de García Márquez , Todos los Cuentos . Alguno de los libros ya lo había leído, pero otros no, como es éste "Ojos de perro azul". Vaya por delante mi absoluto delirio con este escritor, que me tuvo leyendo de seguido Cien años de soledad la primera vez que me enfrenté a él. Este autor forma parte de mi particular trinidad de escritores en castellano, junto con Borges (otro maestro de la distancia corta) y Vargas Llosa (aunque éste último está ya en decadencia creativa). A lo que voy. Lo primero que he de decir de este conjunto de narraciones es que me ha costado encontrar al Gabo que conozco. Los primeros cuentos, muy alambicados, apenas dejan entrever la historia, enredándose en el preciosismo de la forma y olvidándose de la magia del fondo. Cuentos en exceso barrocos y sin apenas el "color" tan especial y característico d...

Sonrisas y lágrimas

Sucedió un día cualquiera, en una empresa cualquiera. Él estaba francamente quemado y se preguntaba cómo era posible que todo fuera a peor a su alrededor y nadie se diera cuenta. Entonces pasó. Las nóminas comenzaron a ingresarse en el banco y la gente notó que no sólo no cobraba más (era la paga de enero), sino menos o incluso sustancialmente menos. Y nadie parecía saber por qué. No le cuadraba, no era normal. Pero no era lógico que nadie hubiera explicado nada. Unos querían montarla con los sindicatos. Otros querían ir a abogados para enfrentarse judicialmente con la empresa. Y él, simplemente, estaba quemado e indignado. Así que lo pensó, y tal como lo pensó lo hizo. Hoy pararé 5 minutos en la puerta de la empresa. Se lo dijo a todos los que encontró y la mayor parte le dijeron que se sumarían. Incluso se lo dijo al supervisor y éste lo vio bien, incluso lo alentó. Y sí hicieron. A las 12:00 muchos de sus compañeros y él mismo salieron a la calle durante 5 minutos. Pero... Allí no e...

El juego de las cintas

Sólo me acuerdo de vez en cuando. Sólo alguna vez al año, normalmente en torno al 13 de septiembre, esa fecha que nunca podré olvidar porque fue cuando ella comenzó a olvidarme. Me siento delante de la caja de cartón y comienzo a sacar una tras otras las cintas de cassette que alguna vez fueron mías. Ahora son de un joven que las coleccionó en los 80. Las voy mirando despacio y ocasionalmente meto alguna en el viejísimo walkman . Me gusta hacerlo de forma aleatoria. De esta forma no controlo qué recuerdos aflorarán a mi memoria: una canción del verano, un concierto, un beso, un desengaño, o un momento intrascendente. Y, a veces, no demasiadas, suena esa canción de Danza Invisible que tanto bailamos juntos. Y ya no soy capaz de seguir con el juego de las cintas. Las vuelvo a meter en la caja apresuradamente, junto con el escozor del alma. Pero siempre se me queda algo fuera y entonces pasó un par de días tarareando Sabor de amor y echándola de menos.

Muy bonita

– Muy bonita la corbata, gracias... – No se te ve muy convencido. – No, de verdad, muy bonita, sólo que tendré que comprarme una camisa que le haga justicia. *** – Vaya mierda corbata que me han traído los reyes en tu casa. – No te quejes, al menos te la podrás poner, y no como yo, que la pulsera esta de plastiquillo encima me aprieta. – No es de plastiquillo . Es de plata, bueno, bañada en plata. Pero reconoce que la corbata se las trae. – Es... imaginativa... – ¿Imaginativa? ¡Venga! No hace juego ni con el bodrio de camisa del año pasado. La cual, te recuerdo, me tuve que poner un par de veces para que me la vieran. – Eres un borde, si no te gustaba mi familia, no haberte casado conmigo. – Me casé contigo, no con tu familia. – Dejémoslo , no quiero que terminemos otra vez recordando lo del día de la boda. – Siempre que sabes que tengo razón recurres al día de la boda. Ya podrías cambiar de amenaza , ¿no? – Esta bien, cambiaré de amenaza. Pero el año que viene nos vamos de viaje al C...

Sobre la marcha [Relato]

No corras, espera. Ven. ¿Por qué quieres irte ya? ¿No te apetece descansar? ¿Por qué me miras así? Acabamos de compartir nuestros cuerpos, ¿acaso te ha disgustado tanto que quieres salir huyendo? ¿O es que temes que te diga que te quiero? Tranquilo, sólo te deseo, o te deseaba. De momento no hay nada más y no sé si lo podrá haber. Has sido un polvo de los que yo llamo sobre la marcha. Nada importante, sólo sexo. ¿Te extraña? ¿Creías que los hombres teneis el monopolio del sexo sin amor? Me vas a perdonar, pero me parece un tanto presuntuoso. Bueno, vete si quieres, tranquilo, no te lo menionaré nunca. Huye despacio, no vayas a tropezar. Lo mismo algún día, sobre la marcha, lo hablamos. Adios. ¿Qué te pasa? ¿Ya no quieres irte? No hay quien entienda a los hombres.

No ver [Escrito]

Para no ver lo que tus ojos ven cierras la puerta que me delata y me dejas, aterido y solo, al otro lado de tu alma. 8/11/2006 powered by performancing firefox

El jodido niño [Relato]

– No lo hagas. No tires el cochecito... El niño hizo caso omiso de las peticiones de su padre y tiró la preciosa miniatura del porsche plateado. El padre llegó al borde de la terraza a tiempo para ver cómo el cochecito se hacía añicos contra la acera. En ese mismo instante el padre tuvo la fugaz idea de mandar al niño tras el coche. Está justificado, se dijo, era un porsche. El padre cogió al niño por los brazos, de forma que le hizo daño y le acercó a la barandilla. El niño miró hacia abajo y comenzó a llorar... Lo ves, se ha roto, ya no podrás jugar con él nunca más. Y luego le dio un beso en la frente y lo dejó en el suelo.

La sombra inmóvil [Relato]

El cementerio estaba lleno de sombras, sombras que acechaban entre los claros de luna. Sombras que manchaban el blanco marmóreo de las lápidas, sombras que se movían lúgubres. Sólo una permanecía inmóvil, como siempre desde hacía 243 años: esperando. En algún lugar del mundo de los vivos andaba perdido su amor, Matusalén.

La puerta mágica [Relato]

Entraba y salía sin descanso. Le hacían gracia la puerta y su sistema de apertura automática. Saltaba, corría, iba despacio, y la puerta siempre se abría ante ella, como la mágica puerta de la cueva de Alí Baba en el cuento que le solía leer su madre. Una puerta mágia, eso le parecía, y se abría ante ella, ante su poder mágico para abrir puertas mágicas. Su madre le miraba desde la caja del establecimiento y pensaba en un futuro no muy lejano, cuando su hija ya no se sorprendiera ante puertas que se abren solas y, de pronto, sintió un bocado en el estómago. "Qué rápido pasa el tiempo", pensó. "Míra mamá, mira" le grito la pequeña entusiasmada al tiempo que por enésima vez atravesaba la puerta mágica.

En el varadero

Ana esperaba en el varadero, acurrucada bajo el casco de un viejo velero de madera. Apoyaba su espalda en la orza mientras intentaba mantener la respiración bajo control para minimizar al máximo los posibles ruidos. Le oía pasear entre los barcos, y se lo imaginaba moviendo la linterna de un lado a otro, buscándola. Su voz sonaba lejos. Eran palabras tranquilizadoras, dichas con una entonación dulce. Pero Ana ya sabía que eran nada más que una estratagema para hacerla salir de su escondrijo. A ratos llegaba a su cubil el lejano destello de la linterna y, durante unos minutos llegó a pensar que podría escapar. Tenía pánico de que la encontrara, temía volver a tenerlo delante. Tenía miedo de su propio miedo, de la parálisis que éste siempre le provocaba. De hecho, la huída del barco habia sido el único acto de valor del que había sido capaz en los últimos 10 años de convivencia con Luis y sus demonios. Ahora la voz sonaba más cercana. La respiración se le aceleró y comenzó a llorar. Una ...

El libro de los muertos

He atravesado la noche a oscuras. Mi libro de los muertos particular eran unas sombras en la pared de piedra que se movían lentamente y sin orden aparente. Han pasado las horas, muchas. He mirado mi reloj y he adivinado el momento del amanecer. Pero no veo luz. Recuerdo de pronto el golpe, el profundo dolor y por un momento pienso que puedo estar muerto. Pero no puede ser, soy consciente de mi propio cuerpo y me duele la cabeza. Así que o me han enterrado vivo, o me han secuestrado, y no ser cual de las dos opciones prefiero...

Tiros al aire

Llevo horas aquí agazapado. Qué rollo. Ningún ave a la vista. Esto de la posta no va conmigo. Nada a lo que disparar. Nada a lo que mirar. Nada. Nada que hacer más que pensar. Pensar. No es que me disguste, no, pero es que yo vine a disparar. Y no disparo, pienso. Pienso que no disparo. ¿Y si doy un tiro al aire? No creo que nadie diga nada. Siempre puedo decir que se me escapó. Soy novato. Si, disparo, y al menos habré soltado algo de adrenalina. Aprieto el gatillo... Ya. Han sonado dos tiros, no puede ser. No hay ningún pájaro a la vista. Me duele, me duele la espalda. ¡Mierda! no me oigo gritar. Me duele, me duele. Me voy a desmayar... ¿A quién se le habrá escapado este puto tiro? ¿A quién?

Más y más

La Unión sonaba en mi iPod: cabalgando en la pasión; deseo más y más, vamos nena hasta el final... Entonces mis ojos se cruzaron con los suyos. El vaivén del vagón nos había obligado a mirarnos esa primera vez. Luego, cada pocos segundos, yo volvía a mirarla, y ella seguía observandome, desnudándome con sus pupilas, pensé. Ella se bajó en García Noblejas y yo seguí hasta Pitis. Cuando, al llegar a casa, Ana me dio el beso de costumbre, mis labios aprovecharon la ocasión y resbalaron hasta su cuello, bajaron por sus brazos y volvieron a su boca. Ana, sorprendida, respondió clavando sus uñas en mi espalda. Yo seguía viendo aquellas pupilas que se me cruzaron en el metro...

Restando minutos

Diez. Apenas me queda tiempo. Y no estoy preparado, nadie está preparado para algo así. Bueno, tal vez alguno de esos santos de los que me hablaban los salesianos. Es demasiado poco, y tanto lo que me queda por hacer. Nueve. El reloj avanza demasiado deprisa, y mi corazón se ha sumado a la fiesta provicándome un copioso sudor: ¡Párate, maldito segundero! No sigas, dame más tiempo. Quiero más tiempo. Necetito más tiempo. Ocho. Es inútil, ya es demasiado tarde para mi. No hay salida, me fulminarán. Espero que al menos sea rápido. ¡Maldito reloj! ¡Maldito tiempo perdido! Ahora me acuerdo de ti. Cinco. Ya han entrado, nos miran con desprecio, les estamos fastidiando una estupenda mañana de playa. Querrán volver rápido a casa. Querrán estar con los suyos aprovechar su tiempo, ellos que tendrán todo el del mundo... Tres. Han repartido los folios. El sudor ha desaparecido. Ya no hay vuelta atrás. El examen comienza. Cero. Leo las preguntas. Estoy muerto.

La palabra maldita

– Dime que me quieres. – ¿Por qué? – Porque lo sientes... Si es que lo sientes. – Lo siento... La expresión esperanzada dio lugar a la deseperanza. Y ella se marchó.

El individuo alpha

Informe confidencial Consejo Nacional de Inteligencia Asunto: Reducción costes posbélicos. Programa de inhibición del recuerdo. Resumen: Con fecha 25 de mayo de 2006 ha sido discontinuado el PIR por considerarse fallido. Memoria: Después de las intervenciones de las Fuerzas Armadas en las guerras de la ex-Yugoslavia, el coste de los tratamientos Psicológicos de los soldados y demás personal allí destacado nos indujo la necesidad de buscar una solución a este problema que iría aumentando conforme lo hicieran nuestra intervenciones en conflictos internacionales. Las FF. AA. se pusieron en contacto con diversos departamentos universitarios, decantándose por el programa PIR que se llevaba a cabo en la Universidad de Alcalá. Se financiaron los experimentos a cambio del secreto de las investigaciones y la propiedad militar de los resultados durante 20 años. En la intervención aliada de Afganistán estábamos en condiciones de poner en práctica los desarrollos. Básicamente se trataba de un...

Un cuento borgiano... O no...

Este cuento lo escribí hace ya años. En el fondo es una metáfora de la sobrevaloración del precio de las viviendas y de cómo a los que en 2002 comenzamos a decirlo nos tomaron por agoreros y nos indujeron una recaída en la úlcera. Afortunadamente, hoy ya casi nadie duda de que nos encontramos ante una burbuja inmobiliaria, llámesele eso o exhuberancia irracional de los ladrillos... Publio Peyo fue, en opinión de muchos, uno de los más polémicos de los consejeros del senado romano. Sin embargo, se suele olvidar, y de ahí nace la confusión, que hubo dos personajes del mismo nombre y de similar época; circunstancia ésta que ha provocado que multitud de hechos protagonizados por el uno sean achacados al otro, y viceversa. A ello hay que agregar el flaco favor que al conocimiento de la verdad hicieron sus cronistas coetáneos, más preocupados por las florituras gramaticales, que por el desenredo de la verdad. Para los entendidos y para los que no, digamos que nos referiremos al Publio Peyo q...

Enzo Ricordi (y VI), o como en Tele 5: el desenlace

Cuando por fin fue capaz de levantarse de la silla, ya había tomado una determinación. Fue a su casa, quemó en la chimenea las fotos y todos y cada uno de los recortes, cartas y papeles de la caja de seguridad y se despidió de su mujer y su hija. Les dijo que tenía que pasar por la Universidad. En el edificio de la facultad el bedel le entregó una carta que había en su casillero. Era del banco y no necesitó abrirla para saber que en ella le comunicaban su cese. Ahora que el gran hombre no le protegía, nadie tenía por qué seguir manteniéndole sus favores. Es más, para ellos era una liberación personal librarse de una obligación tan pesada como él. Le extrañó que el despacho estuviese abierto, pero cuando identificó al hombre que se sentaba en su sillón, lo comprendió. Era el hijo de Santiago Asegurado. “Soy Santiago Asegurado hijo –le dijo esgrimiendo una pistola– y hoy he venido aquí para matarle. Durante años he tenido que soportar los insultos de mi padre y las comparaciones en las q...

Enzo Ricordi (V)

Cuando era un profesor interino le gustaba dar largos paseos por la ciudad, le ayudaban a despejarse y a reflexionar sobre la economía y sobre su futuro. En uno de estos paseos se le ocurrió la tesis que tantos y tan buenos resultados le había dado a lo largo de su carrera académica. La idea de que aquellos golpes de suerte de su vida fueran algo más le ahogaba. No era descabellado pensar que en alguno de ellos hubiera estado la mano de Asegurado, tal vez detrás del extraño aprobado de econometría, o del súbito cambio en el examen de selectividad. Incluso en su carrera universitaria, o en su llamada al consejo del banco, pese a su edad y el distanciamiento de sus estudios con el mundo de la banca. Demasiadas posibilidades y demasiado orgullo. Caminaba intentando visualizar su vida a través de una toma aérea, para intentar encontrar la sombra del abyecto protector moviendo los hilos de su existencia. Desgraciadamente, era difícil descartar la presencia de apoyos externos en su vida. La...

Enzo Ricordi (IV)

Una caja de seguridad, de eso no hablaba la carta. Esto era algo aún más inesperado que lo de encontrar la cuenta con los cincuenta millones. Tenía que reconocer que D. Santiago hacía las cosas con un cierto sentido retorcido de lo dramáticamente efectivo. Se sintió manejado por un par de hilos invisibles movidos desde algún lugar en lo alto por el viejo traficante. La atmósfera fría de la caja acorazada le vino bien para despejar su cabeza, demasiado embotada como para seguir encajando mazazos como los que, estaba seguro, encontraría en la caja. Envueltas en un papel celofán azul encontró unas cuantas fotografías en las que reconoció a su madre. En algunas estaba acompañada por un hombre que debía ser un don Santiago joven, pero la mayoría eran retratos a la manera de las pin ups, en las que aparecía en posturas provocativas y desnuda o con ropa interior. Ver así a su madre le impactó, era algo que nunca podría haber llegado a pensar de ella. Siempre la tuvo por una mujer de iglesia, ...