Una nueva religión

En estos tiempos de sobredosis vaticana a uno le da por reflexionar sobre los motivos del éxito de esta religión, que acumula ya dos milenios de existencia. Y cuando uno lo hace, comienza a encontrar similitudes con la empresa más cool del espectro tecnológico: Apple, Inc.
La conexión de la iglesia con sus fieles está relacionada con una conexión que va más allá de lo racional. Los creyentes la definen como espiritual, pero los que no creemos en almas ni en los espíritus, por muy santos que sean, la consideramos un poco más mundana, básicamente una conexión emocional. La base de esa conexión deviene de una promesa de mejora futura (el paraíso y la vida eterna) que da respuesta a uno de los miedos más primigenios de la humanidad, y se ve fortalecida por una liturgia, llena de secretos que se ejecuta en unos templos especiales, llamados iglesias.
En cierto sentido, con Apple pasa algo parecido. Obviamente no hay un mensaje de transcendencia eterna, aunque sí la promesa de estar en la cresta de la ola de la innovación tecnológica. Apple tiene también un visionario, un profeta e el que se personaliza toda la filosofía que hay detrás, ese hombre es Steve Jobs. Y lo pongo en presente porque, a pesar de su muerte, los fieles siguen pensando en términos de Jobs y continúan valorando las acciones de la compañía en relación a lo que hubiera hecho el fundador.
La historia de Jobs es la propia de un profeta, con una etapa de incomprensión y destierro y un retorno salvador, como Moisés o como Mahoma. Al igual que el cristianismo, que debió enfrentarse al paganismo, la religión de Apple debió afrontar la lucha contra el PC-ismo, que estuvo a punto de ganar la batalla. En aquellos tiempos duros, en los que el propio Jobs había sido desterrado, la fe se mantuvo gracias a auténticos evangelizadores, como Guy Kawasaki en EEUU o Alberto Lozano en España, que mantenían listas de distribución en las que los fieles realimentaban sus creencias en la verdadera fe. Aquella travesía del desierto terminó con la vuelta del salvador y con la aparición del iMac.
Pero hacía falta aún un templo, y llegaron las Apple Stores. Un lugar donde rendir culto a los productos de Cupertino y en el que los gurús satisfarían las necesidades de conocimiento de los nuevos conversos.
La muerte de Jobs puede significar el fin de la religión a medio plazo, ya que los creyentes pueden ir poco a poco alejándose de la Verdad, una verdad a la que cada vez le surgen más y más competidores. La liturgia, que no habla de almas, sino de de devices, es mucho más difícil de mantener. Tampoco hay aquí un milagro supremo: la resurrección de Jobs no parece posible. Y otro Jobs resulta improbable.
El problema de cara al futuro es lograr mantener la conexión emocional de los consumidores-creyentes, Apple necesita un nuevo dirigente de su Iglesia que resulte un sucesor válido del profeta de cara a los fieles o que sea capaz de mantener el pulso de la innovación, el verdadero credo de la electrónica de consumo.
De momento, seremos muchos los creyentes que sigamos unidos a esta religión verdadera porque sobrevivimos a los tiempos del destierro y de la Evangelist, y eso nos hace hermanos en un sentido mucho más profundo que ningún iPod.

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