Los paradigmas han muerto. ¡Viva el nuevo paradigma!

Cualquiera que leyera con un mínimo de atención las noticias de la prensa económica y algunos de los artículos que se están publicando en las revistas académicas tendría la tentación de pensar que se nos están derrumbando todos los paradigmas. Y tendría razón.
El libre mercado absoluto se ha mostrado ineficiente en la medición de los riesgos y, en algunos extremos, se ha mostrado hasta bandolero a la hora de premiar en exceso los excesos especulativos de los dirigentes de unas empresas financieras, que han buscado el beneficio a corto por encima de cualquier expectativa racional. Otro paradigma que caía era el de que las commodities se distinguen por tener unos precios con tendencia a la baja (al menos hasta la mitad de 2008 los precios de las materias primas y de los productos agrícolas habían multiplicado sus cotizaciones, casi sin excepción). Incluso, recuerdo haber escuchado a un sabio keynesiano decir que si Keynes estuviera vivo plantearía algo distinto a lo que planteó en su época: Keynes corregiría a Keynes.
Lo dicho, los paradigmas se van derrumbando como en una gran construcción de naipes, o como en el juego de las piezas del dominó. La situación en la que se encuentra la economía mundial es tan novedosa que no somos capaces de encontrar formas de atajarla. Suspender el libre mercado, como dijo el patrón de los patronos en España, o crear un Bad Bank que elimine toda la porquería que aún queda en los mercados financieros. Que los trabajos británicos sean para los trabajadores británicos, o que los males de un país provengan de sus inmigrantes. El comercio mundial contrayéndose, el PIB de medio mundo entrando en recesión y en España las cifras de paro desbocadas.
Los gobiernos plantean un plan de incentivación tras otro, mientras que las malas noticias no cesan y alimentan de nuevo la espiral recesiva. En resumen: la peor crisis desde el 29. Y algunos nos dicen que incluso peor.
¿Qué nos está sucediendo? Nadie lo sabe. Por eso los paradigmas que nos servían para explicar nuestra realidad se van desmoronando uno tras otro. Sin darnos cuenta, el mundo se ha transmutado. Lo hacía movido por unas fuerzas que antes no habían actuado a tan gran escala, por eso no las supimos medir, por eso Fukuyama propugnaba el fin de la historia. Pero la verdad es que la historia no acababa, sólo cambiaba su forma de contarse. Los poderes nacionales, principales protagonistas de la historia desde el siglo XVIII, dejaban paso al mercado, y las empresas poco a poco comenzaban a ser los verdaderos agentes protagonistas. La globalización, las nuevas tecnologías de la comunicación y las empresas estaban descosiendo las costuras de nuestras sociedades. Sin darnos cuenta, los trajes que habíamos fabricado durante la segunda mitad del siglo XX comenzaban a romperse, y los Estados Nacionales dejaban de ser el centro de atención, como en su momento dejaron de serlo las monarquías.
Las legislaciones nacionales quedaban desfasadas y aparecían huecos usados por los modernos arbitristas que jugaban con esos resquicios y las posibilidades tecnológicas. Los desajustes entre esos vestidos de mediados del pasado siglo y la realidad fueron creciendo hasta que reventaron. Y lo hicieron como es tradición en el capitalismo (eso sí que se ha mantenido): una burbuja de libro, con consecuencias más allá de los libros, la primera gran crisis global de la historia.
¿Qué sabemos? Sabemos que nos adentramos en tierra ignota y que casi nada de lo que hicimos antes tiene por que servir. Sabemos que no lo sabemos todo y que nuestros paradigmas ya no funcionan. El nuevo paradigma, en suma, es que los paradigmas pasados ya no valen.

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