El innovador milagro almeriense
Esto es para un artículo en el que hago de negro institucional. Corto y pego la primera versión sin revisar del mismo, así que estará peor escrito de lo que ya es habitual.
El proceso de base agraria que permitió a la provincia de Almería homologar su desarrollo al del conjunto del país es un claro ejemplo de innovación, adaptación y difusión en un sector que sólo atípicamente se vincula con los conceptos innovación y tecnología.
El sustrato del proceso de desarrollo la debemos buscar, como en todo proceso de base biológica, en las condiciones medioamientales. La agricultura protegida se inició en una meseta litoral denominada Campo de Dalías, encajonada por las estribaciones de la Sierra de Gádor (Ver Mapa 1) y batida por vientos que mayoritariamente soplan en el eje Este-Oeste. Con unas condiciones de temperatura y luminosidad adecuadas, los único frenos los suponían la aridez y la pobreza de los suelos.
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MAPA 1. Situación del Campo de Dalías
Este primer nudo gordiano fue resuelto con una doble vía y merced a la acción del sector público a través del extinto Instituto Nacional de Colonización (INC). El INC contribuyó al desarrollo embrionario del fenómeno con su política de parcelación y ocupación del territorio, así como poniendo los medios para los sondeos de agua, que permitieron aflorar el recurso almacenado en el Sistema Acuífero del Campo de Dalías. Una vez resuelto el problema del agua, la pobreza de los suelos se solventó con la introducción del enarenado, que aportaba fertilidad al suelo al tiempo que lograba aumentar la productividad y precocidad de los cultivos hortícolas.
Luego vino el plástico, y lo hizo aprovechando las estructuras preexistentes que los agricultores realizaban para los parrales (de hecho, este primer invernadero se denominó “tipo parral” o “tipo Almería”). Proteger los cultivos con esta cubierta mejoraba las condiciones de temperatura en la que se desarrollaban las plantas, evitando las heladas nocturnas puntuales, al tiempo que se volvía a lograr una mayor producción y más homogénea en calidad, así como un nuevo adelanto en los calendarios de producción.
En este estado inicial del proceso podemos ver ya algunas de las directrices que van a guiar todo su desarrollo hasta el momento presente. Volviendo a la fig. 1, podemos ver cómo entre los elementos internos, los relacionados con el capital humano se ven favorecidos por una población curtida, acostumbrada al trabajo duro y con apenas otra alternativa que la emigración –aquí están la experiencia y la motivación– . Pero, desde el mismo momento fundacional, se produce una presencia de técnicos cualificados (los peritos agrícolas), que son los que aportan el conocimiento de la técnica y favorecen la difusión del conocimiento entre los agricultores –aquí aparece el nivel de estudios–. La suma de ambos conjuntos de sujetos, interoperando de forma simbiótica provoca un caldo de cultivo humano idóneo para el surgimiento y difusión de la innovación.
Desde el punto de vista organizacional, el esfuerzo en trabajo y recursos económicos, así como las condiciones de partida de las familias colonas, provocaron la existencia de muchas pequeñas explotaciones (en torno a 1 ha.), dando lugar a un sector muy competitivo (en el doble sentido de la competencia interna y externa), con claras expectativas de crecimiento vinculadas a la apertura de los mercados nacionales e internacionales, y a los avances en calendario y producción.
Los factores externos que hasta ese momento influyeron de manera positiva en el desarrollo del sector podríamos resumirlos en dos, por un lado el impulso inicial y positivo del INC, por otro, los efectos de la apertura económica española y la firma del Acuerdo Preferencial con el entonces Mercado Común. Las necesidades de divisas de la economía española y la competitividad natural de sus producciones agrarias hicieron el resto, dibujando una ventana de acceso a los mercados más ricos del continente durante los meses en los que éstos no tenían producción propia.
Durante la fase de expansión del sistema, que puede considerarse abarca desde mediados de los 70 a finales de los 90 (Instituto de Estudios Cajamar, 2004), las innovaciones relacionadas con el adelanto de las cosechas, con la mejora de la productividad y el ahorro de agua (Gráfico 1) son las protagonistas. Las condiciones ambientales no habían cambiado y el crecimiento de la producción se obtenía a partes iguales por la vía de las ganancias en los rendimientos y por el aumento de la superficie. Sin embargo, el sistema productivo había alcanzado ya una masa crítica mínima que permitió el nacimiento a su alrededor de todo un distrito agroindustrial (Aznar y Ferraro, 2008), generando unos círculos de flujo de información más amplios y con más interrelaciones con otros sectores y con el entramado social del propio territorio. En esta etapa la innovación no sólo nace en la propia agricultura, sino también en todo el entramado adyacente. Por ejemplo, la entonces Caja Rural de Almería posibilitó el acceso más fluido y sencillo a los agricultores, mejorando la eficiencia del sistema en su conjunto y contribuyendo a la selección de los proyectos agrarios e industriales viables. Otro ejemplo de las ventajas competitivas vía innovación que se produjo en aquella fase está en la incorporación de los agricultores al proceso de comercialización de sus productos a través de las cooperativas. Incluso, desde el punto de vista institucional se innovó, con la creación de Coexphal, una organización que actuó como lobby ante las distintas administraciones para el sector agrícola exportador.
Gráfico 1. Rendimientos hortofrutícolas e incorporaciones tecnológicas
Desde finales de los 80 se incorporó una nueva generación de agricultores, lo que redujo la edad media de los mismos. Esta nueva generación tenía una mejor capacitación, lo que obviamente influyó en un reforzamiento de los factores internos impulsores de la innovación. Desde 1993, con la entrada en vigor del Acta Única, Europa abría sus puertas sin restricciones a las producciones almerienses, produciéndose una rápida expansión de las producciones y una mayor vinculación con los mercados internacionales, que hoy absorben en torno al 56% de la producción local (Instituto de Estudios de la Fundación Cajamar, 2008). De esta fase datan las mejoras en la estructura de invernadero, con la sustitución progresiva del invernadero tipo parral, la introducción de las variedades larga vida del tomate, las estructuras prefabricadas o la polinización.
Sin embargo, desde finales de los 90 los ritmos de crecimiento se han ralentizado, indicando que el sector ha entrado en una fase de madurez, que está marcado por la creciente globalización del mercado –más competencia– y por el peso creciente de la Gran Distribución en la cadena agroalimentaria.
El sector estaría, desde el punto de vista de la figura 1 en una fase de explotación, una vez superada la fase exploratoria. En principio, este clima puede lastrar ulteriores desarrollos del sector. Sin embargo, lejos de eso, se ha continuado el proceso incremental de innovación: se ha introducido el control climático en los invernaderos y se ha adoptado masivamente la lucha integrada en el proceso productivo; se están ensayando nuevas formas de relación con los intermediarios y grandes superficies en la comercialización; se comienzan a vislumbrar movimientos de concentración en la hasta ahora muy dispersa oferta cooperativa; se ensayan nuevas combinaciones de logística de transporte y, en el terreno institucional, se crea una nueva herramienta (la interprofesional HortyFruta) para la gestión de los mercados.
Los retos actuales son, con toda probabilidad, muy difíciles de superar, pero a diferencia de lo que sucedía en los momentos iniciales, ahora hay una disponibilidad de capital que antes no existía y en el ámbito territorial cercano se ha creado una cultura innovadora relacionada con la agricultura que es, por si sola, garantía de éxito de cara al futuro.
El proceso de base agraria que permitió a la provincia de Almería homologar su desarrollo al del conjunto del país es un claro ejemplo de innovación, adaptación y difusión en un sector que sólo atípicamente se vincula con los conceptos innovación y tecnología.
El sustrato del proceso de desarrollo la debemos buscar, como en todo proceso de base biológica, en las condiciones medioamientales. La agricultura protegida se inició en una meseta litoral denominada Campo de Dalías, encajonada por las estribaciones de la Sierra de Gádor (Ver Mapa 1) y batida por vientos que mayoritariamente soplan en el eje Este-Oeste. Con unas condiciones de temperatura y luminosidad adecuadas, los único frenos los suponían la aridez y la pobreza de los suelos.
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MAPA 1. Situación del Campo de Dalías
Este primer nudo gordiano fue resuelto con una doble vía y merced a la acción del sector público a través del extinto Instituto Nacional de Colonización (INC). El INC contribuyó al desarrollo embrionario del fenómeno con su política de parcelación y ocupación del territorio, así como poniendo los medios para los sondeos de agua, que permitieron aflorar el recurso almacenado en el Sistema Acuífero del Campo de Dalías. Una vez resuelto el problema del agua, la pobreza de los suelos se solventó con la introducción del enarenado, que aportaba fertilidad al suelo al tiempo que lograba aumentar la productividad y precocidad de los cultivos hortícolas.
Luego vino el plástico, y lo hizo aprovechando las estructuras preexistentes que los agricultores realizaban para los parrales (de hecho, este primer invernadero se denominó “tipo parral” o “tipo Almería”). Proteger los cultivos con esta cubierta mejoraba las condiciones de temperatura en la que se desarrollaban las plantas, evitando las heladas nocturnas puntuales, al tiempo que se volvía a lograr una mayor producción y más homogénea en calidad, así como un nuevo adelanto en los calendarios de producción.
En este estado inicial del proceso podemos ver ya algunas de las directrices que van a guiar todo su desarrollo hasta el momento presente. Volviendo a la fig. 1, podemos ver cómo entre los elementos internos, los relacionados con el capital humano se ven favorecidos por una población curtida, acostumbrada al trabajo duro y con apenas otra alternativa que la emigración –aquí están la experiencia y la motivación– . Pero, desde el mismo momento fundacional, se produce una presencia de técnicos cualificados (los peritos agrícolas), que son los que aportan el conocimiento de la técnica y favorecen la difusión del conocimiento entre los agricultores –aquí aparece el nivel de estudios–. La suma de ambos conjuntos de sujetos, interoperando de forma simbiótica provoca un caldo de cultivo humano idóneo para el surgimiento y difusión de la innovación.
Fig. 1. Esquema de factores que favorecen la innovación. Basado en González-Pernía, J.L, Peña-Legazkue, I.
Desde el punto de vista organizacional, el esfuerzo en trabajo y recursos económicos, así como las condiciones de partida de las familias colonas, provocaron la existencia de muchas pequeñas explotaciones (en torno a 1 ha.), dando lugar a un sector muy competitivo (en el doble sentido de la competencia interna y externa), con claras expectativas de crecimiento vinculadas a la apertura de los mercados nacionales e internacionales, y a los avances en calendario y producción.
Los factores externos que hasta ese momento influyeron de manera positiva en el desarrollo del sector podríamos resumirlos en dos, por un lado el impulso inicial y positivo del INC, por otro, los efectos de la apertura económica española y la firma del Acuerdo Preferencial con el entonces Mercado Común. Las necesidades de divisas de la economía española y la competitividad natural de sus producciones agrarias hicieron el resto, dibujando una ventana de acceso a los mercados más ricos del continente durante los meses en los que éstos no tenían producción propia.
Durante la fase de expansión del sistema, que puede considerarse abarca desde mediados de los 70 a finales de los 90 (Instituto de Estudios Cajamar, 2004), las innovaciones relacionadas con el adelanto de las cosechas, con la mejora de la productividad y el ahorro de agua (Gráfico 1) son las protagonistas. Las condiciones ambientales no habían cambiado y el crecimiento de la producción se obtenía a partes iguales por la vía de las ganancias en los rendimientos y por el aumento de la superficie. Sin embargo, el sistema productivo había alcanzado ya una masa crítica mínima que permitió el nacimiento a su alrededor de todo un distrito agroindustrial (Aznar y Ferraro, 2008), generando unos círculos de flujo de información más amplios y con más interrelaciones con otros sectores y con el entramado social del propio territorio. En esta etapa la innovación no sólo nace en la propia agricultura, sino también en todo el entramado adyacente. Por ejemplo, la entonces Caja Rural de Almería posibilitó el acceso más fluido y sencillo a los agricultores, mejorando la eficiencia del sistema en su conjunto y contribuyendo a la selección de los proyectos agrarios e industriales viables. Otro ejemplo de las ventajas competitivas vía innovación que se produjo en aquella fase está en la incorporación de los agricultores al proceso de comercialización de sus productos a través de las cooperativas. Incluso, desde el punto de vista institucional se innovó, con la creación de Coexphal, una organización que actuó como lobby ante las distintas administraciones para el sector agrícola exportador.
Gráfico 1. Rendimientos hortofrutícolas e incorporaciones tecnológicas
Desde finales de los 80 se incorporó una nueva generación de agricultores, lo que redujo la edad media de los mismos. Esta nueva generación tenía una mejor capacitación, lo que obviamente influyó en un reforzamiento de los factores internos impulsores de la innovación. Desde 1993, con la entrada en vigor del Acta Única, Europa abría sus puertas sin restricciones a las producciones almerienses, produciéndose una rápida expansión de las producciones y una mayor vinculación con los mercados internacionales, que hoy absorben en torno al 56% de la producción local (Instituto de Estudios de la Fundación Cajamar, 2008). De esta fase datan las mejoras en la estructura de invernadero, con la sustitución progresiva del invernadero tipo parral, la introducción de las variedades larga vida del tomate, las estructuras prefabricadas o la polinización.
Sin embargo, desde finales de los 90 los ritmos de crecimiento se han ralentizado, indicando que el sector ha entrado en una fase de madurez, que está marcado por la creciente globalización del mercado –más competencia– y por el peso creciente de la Gran Distribución en la cadena agroalimentaria.
El sector estaría, desde el punto de vista de la figura 1 en una fase de explotación, una vez superada la fase exploratoria. En principio, este clima puede lastrar ulteriores desarrollos del sector. Sin embargo, lejos de eso, se ha continuado el proceso incremental de innovación: se ha introducido el control climático en los invernaderos y se ha adoptado masivamente la lucha integrada en el proceso productivo; se están ensayando nuevas formas de relación con los intermediarios y grandes superficies en la comercialización; se comienzan a vislumbrar movimientos de concentración en la hasta ahora muy dispersa oferta cooperativa; se ensayan nuevas combinaciones de logística de transporte y, en el terreno institucional, se crea una nueva herramienta (la interprofesional HortyFruta) para la gestión de los mercados.
Los retos actuales son, con toda probabilidad, muy difíciles de superar, pero a diferencia de lo que sucedía en los momentos iniciales, ahora hay una disponibilidad de capital que antes no existía y en el ámbito territorial cercano se ha creado una cultura innovadora relacionada con la agricultura que es, por si sola, garantía de éxito de cara al futuro.
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