Del riesgo país al riesgo cliente

La Gran Recesión nos ha enseñado, entre otras cosas, la poca distancia que hay en entre dos puntos geográficamente alejados de este mundo globalizado. Los oscuros senderos por los cuales el aleteo de una mariposa en el mercado de las hipotecas estadounidenses termina precipitando el derrumbe de un Estado como el griego han quedado expuestos a la luz y ya nunca más podremos escudarnos en el desconocimiento para escurrir nuestras responsabilidades colectivas en la próxima crisis que venga. Que vendrá (Galbraith dixit).
También hemos aprendido lo sumamente peligroso que es el principio too big to fall, por los perversos incentivos que produce en los gestores de esas empresas que se ven empujados a jugar con el riesgo en la creencia que mientras haya beneficios estos serán privados y, cuando las pérdidas sean alarmantes, se socializarán… Obviamente, el riesgo de ser acusado de administración desleal o de estafa individual existe, y se paga convenientemente con un sobre salario que ayuda acallar cualquier duda ética que pudiera anidar en el corazón.
La crisis de la banca andorrana viene a sumar un nuevo riesgo, que también tiene mucho que ver con la ética (o la falta de la misma). Algunos informes previos ponían en conocimiento de las autoridades que, ante la alarmante falta de liquidez de los mercados financieros vivida desde la caída de Lehman Brothers, muchas entidades financieras estaban buscando el bálsamo para aliviar sus problemas en esa corriente de dinero líquido que nunca duerme y que alimenta las cañerías de la economía del crimen y sumergida. Así, se aceptaron operaciones de clientes de alto riesgo legal (por decirlo de manera elegante). El dinero es dinero por mal que huela.
Pero, de repente, una comunicación de EEUU, empeñado en la lucha contra el terrorismo internacional, ha provocado la intervención de una entidad en un pequeño país (un pequeño paraíso fiscal) y nos ha mostrado de forma fehaciente que hay clientes que entrañan riesgos que pueden acabar con un banco, por grande, opaco o paradisíaco que sea. A partir de ahora, los accionistas y clientes de buena fe de las entidades financieras tendrán que preocuparse por la existencia de clientes peligrosos, clientes que pueden afectar a la propia existencia de la entidad, no por el riesgo de sus operaciones, que en el entorno de la entidad pueden llegar a ser legales, sino por el origen de los fondos. Los controles de seguridad para identificar el lavado de dinero negro pasan a ser algo más que un mero requerimiento legal.
Hemos pasado, por mor de la globalización y de la Guerra contra el Terror del riesgo país al riesgo cliente y, de paso, hemos encontrado una forma relativamente sencilla de luchar contra los paraísos fiscales.

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