¿Por qué lo que es bueno para las cooperativas agrarias no parece serlo para las de crédito?

España es un país de contrastes y de complejidades sin cuenta. Tan complejo que siendo uno de los primeros estados modernos de Europa, nunca terminamos de forjar una identidad verdaderamente nacional y, si lo hicimos, en algún momento del camino la perdimos. Esto viene a colación porque hace uso días leía en la prensa digital que los dos gigantes de la banca cooperativa alemana se fusionaban: el DZ y el WGZ ( Aquí).

Según la nota de prensa, la fusión busca sinergías (con ahorros calculados tras la unión en 100 millones de euros) y se produce en el “momento adecuado”, caracterizado este por la “regulación, los bajos tipos de interés y la digitalización”. Obviamente no señala, pero es casi una obviedad, que dicho entorno supone también una menor rentabilidad en las operaciones tradicionales y que fuerza a una mayor competencia en un sector en el que es posible que aparezcan nuevos agentes en la medida que la digitalización se vaya produciendo.
En este entorno es en el que cobran pleno sentido las fusiones, buscando en primera instancia ahorros de coste en los servicios comunes y eliminando duplicidades que finalmente deben repercutir en el abaratamiento de los productos a los clientes. En España, tras el tsunami legal y económico que barrió a las cajas de ahorros, todo el mundo esperaba algo similar para las cooperativas de crédito, mucho más pequeñas aunque con cuotas de mercado locales relevantes. En dicho sector, se habían producido algunos movimientos tendentes a combatir el enanismo de las entidades. Las estrategias básicas hasta el momento han sido dos: las fusiones, por un lado, y, de forma más generalizada, los SIP (o también llamadas fusiones frías, en las que se unifican diversos servicios y consolidan los balances). Sin embargo, los avances han sido realmente escasos. La mayor parte del esfuerzo se ha realizado en torno a Cajamar y su grupo cooperativo con movimientos de los dos tipos.
No se ha podido llegar mucho más lejos, porque muchas de las cajas rurales, que son las principales integrantes de este apartado de cooperativas de crédito, se han enrocado, aduciendo como argumentos la distribución territorial por municipios pequeños (evitando en cierta forma la exclusión financiera), el arraigo con sus territorios, la falta de casos de insolvencias (en contraposición con las cajas de ahorros) y la existencia de una cierta coordinación en torno al Banco Cooperativo Español. Algunas de esas razones son ciertas, otras no tanto, y ninguna de ellas es relevante a la hora de decidirse por ganar dimensión. La centralización de servicios o la consolidación de balances al final debe traducirse en una mejora de la rentabilidad y en un mejor servicio a los clientes, por lo que el cumplimiento de sus objetivos se haría de una manera más eficiente con mayor dimensión que en el momento actual.
Personalmente no estoy seguro que la solución pase por la bancarización, el modelo cooperativo se ha mostrado muy resistente ante las crisis, y su enganche social es más elevado que el de las sociedades anónimas. Pero lo que no dudo es que si para las cooperativas agrarias, ante la globalización de su mercado y la presión creciente de los agentes, es conveniente la ganancia de dimensión, igual o más debe serlo para las cooperativas de crédito, cuyos reto principal es la mejora de la competitividad en un mercado repartido entre verdaderos gigantes y en el que las elevadas inversiones en tecnología van a convertirse en elementos definitorios en los próximos años.
No querer verlo es acercarse un poco más al precipicio. Como pasará con las cooperativas agrarias, tarde o temprano, el mercado va a obligar a aumentar la cooperación y la mutualización de servicios. En concreto, las tendencias que van a obligar a ello en el mercado financiero son las siguientes:

  • Reducción del peso económico y demográfico de las zonas rurales, donde tienen mayor presencia.
  • Tendencia creciente a la digitalización, lo que implica inversiones ingentes en tecnología y en desarrollo de aplicaciones y software, desde las apps para dispositivos hasta el big data para alimentar el core del negocio bancario.
  • Competencia creciente de los grandes bancos, que se incrementará en la medida en que los usuarios vayan pasándose al mundo digital.
  • Complejidad regulatoria creciente, con mayores exigencias que pueden llegar a asfixiar a entidades pequeñas.
  • Creciente dimensión de las empresas agroalimentarias, el principal nicho de mercado de las rurales, lo que aumentará y hará más complejas sus necesidades financieras, exigiendo a las entidades financieras que las acompañen esfuerzos que a lo mejor no pueden afrontar solas.
En resumen, no sé si el modelo será el elegido por el Grupo Cooperativo Cajamar o no, pero lo que tengo claro es que a medio plazo, no quedarán más de dos o tres grupos de cooperativas de crédito, con muchos servicios comunes y con cuentas consolidadas (de cara al regulador). Lo que está por dilucidar es si los costes de ese proceso serán más o menos intensos y si el propio proceso será más o menos rápido.

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