El fetiche del crecimiento, de Steve Hamilton

Bueno, al final lo he terminado. Me ha llevado más tiempo de lo pensado porque en los últimos capítulos me ha aburrido un poco. El texto es un manifiesto anticapitalista, aunque posiblemente tendría que decir más apropiadamente anticonsumista. Hamilton señala con acierto las debilidades del sistema bajo el que se desenvuelve la mayor parte de la economía mundial. Si tenemos en cuenta, además, que lo escribió antes de que se produjera la gran crisis financiera internacional, hay que quitarse el sombrero con su capacidad deductiva y predictiva.
Los ataques, como digo, van casi todos justo a la línea de flotación del sistema. La primera víctima de su andanada es el uso como sinónimos de desarrollo y crecimiento. El crecimiento no siempre significa aumento del bienestar y del desarrollo. Es más, en muchas ocasiones, las pérdidas sociales generadas por una determinada actividad son mayores que los beneficios privados contabilizados. Así, poner como centro del debate y como objetivo principal el crecimiento del PIB, por encima de la mejora del bienestar de los individuos es una contradicción en todos sus términos. Al menos, a partir de determinados niveles de riqueza económica (y para demostrarlo no duda en ahondar en el concepto de felicidad).
Continúa Hamilton su ataque con el consumismo inducido por el crecimiento. Si el objetivo es aumentar el PIB, hay que producir cada vez más y eso implica que los "consumidores" deben serlo también cada vez más. Para promocionar el consumo, a veces absolutamente superfluo, las empresas gastan ingentes cantidades de dinero en la adquisición de recursos de marketing, produciéndose un claro derroche de recursos y creatividad en actividades que buscan diferenciar productos que en realidad son ideferenciables.
Sigue con el control de la política por parte del mundo económico y la simbiosis de intereses que se produce entre uno y otro, de forma que las democracias se ven amenazadas por el poder creciente de las compañías y de los mercados –y dice esto sin haber visto los cambios en las políticas europeas de los últimos meses telegrafiadas desde los mismos mercados que provocaron la debacle–.
Finalmente, pero no menos importante, aborda el problema medioambiental y la absoluta indiferencia con la que hoy se están esquilmando unos recursos que no tienen repuesto. Usando los conceptos de huella ecológica y entrando en el debate del cambio climático, señala algo con lo que estoy absolutamente de acuerdo: el mundo y su capacidad de regenerarse son finitos.
Las conclusiones son varias, entre otras (y es de lo primero que sale en el libro) es que ni el capitalismo financiero, ni la ideología neoclásica nos permitirán alcanzar un grado de satisfacción real, pero tampoco lo hará la tercera vía de la izquierda, por el mero hecho de que unos y otros han adoptado sin reparos el fetiche del crecimiento. La solución es la sociedad poscrecimiento, una sociedad estacionaria desde el punto de vista de la economía tradicional (incluso desde la perspectiva demográfica), pero en la que los humanos nos sintamos más realizados como individuos. En su análisis pone ejemplos y señala algunas tendencias que indican por dónde podría ir el camino: menos horas de trabajo, menos dinero gastado en marketing y publicidad, más actividades con sentido (con sentido de finalidad) y una sociedad más solidaria y mucho más democrática.
¿Ilusiones? Tal vez. Pero reconozco que aunque no termino de encontrarle todo el sentido a la letra (posiblemente no contaba con el papel de Internet y el poder de las personas organizadas en torno a redes sociales de diversa índole), la música me encanta.

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