La guerra de las divisas

Guerra de divisas. Éste podría ser el resumen de lo acontecido en el mundo económico en el último trimestre. La debilidad del crecimiento vuelve a apoderarse de la economía estadounidense, al tiempo que en Europa sólo Alemania es capaz de tirar del carro, y Japón se ve obligado a recurrir al enésimo plan antideflación. La incapacidad de unas demandas internas sobre endeudadas en los países desarrollados y el juego tramposo de China, para favorecer sus exportaciones, está tensando demasiado la cuerda de los equilibrios internacionales.

Los perdedores de la crisis (EE.UU. y el resto de los hasta ahora países punteros) se dan cuenta de que necesitan de las demandas de los demás para recuperar el tono de su actividad –y de paso, su capacidad para devolver sus propias deudas–. China hace como que los escucha y revalúa el yuan. Pero no lo suficiente y demasiado despacio. Y es que China teme a sus propios fantasmas. La probabilidad de burbuja en muchos de sus mercados es cada día más evidente y dejar flotar la moneda es un ejercicio de libertad al que no están dispuestos a jugar, sobre todo si la inflación no se ve como un problema grave y el crecimiento se logra mediante la movilización de recursos ociosos (mano de obra y naturaleza).

Sin embargo, el problema de EE. UU. también lo es de China, al ser ésta una de las principales compradoras de deuda estadounidense. Al haber colocado sus ahorros en la deuda soberana de los países desarrollados, los emergentes han unido sus destinos a los de éstos. Una situación de deflación de activos financieros como la actual no conviene a los acreedores, ya que minusvalora su capacidad de compra futura y pone en riesgo la recuperación de sus inversiones.

El FMI ha entendido que hay un problema en ciernes en este asunto y se ha propuesto intermediar (aunque no está clara su capacidad de influencia frente a China), siendo lo más probable que poco a poco el yuan vaya ganando valor; seguramente más despacio de lo que quisieran los estadounidenses y a la velocidad que los chinos estimen conveniente para su economía. Un repunte del proteccionismo, o una guerra de devaluaciones competitivas serían un camino más rápido y posiblemente más electoralista, pero a medio plazo también más doloroso, ya que el juego de redes y conexiones en el que se ha convertido la economía mundial nos sumiría en una crisis de confianza de la que sería muy costoso y procesolo escapar.

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