El futuro del binomio agricultura-tecnología
El ayer y el mañana están condenados a entenderse. Tanto en el caso de un hipotético colapso del actual sistema económico, como en el de una nueva huída hacia delante de ese mismo sistema. Porque no creo que podamos descartar enteramente un nuevo as en la manga del capitalismo. Los avances tecnológicos se suceden cada vez más deprisa y no es desdeñable un escenario en el que se encuentre una solución factible a la limitación energética, principal limitante actual del modelo.
En el primero de los casos, que alguno autores sitúan en fechas tan cercanas como el período de va desde hoy hasta dentro de no más de 30 años (véase el número 6 de la revista CUIDES), estaría motivado por la restricción energética y la dependencia de la economía mundial del petróleo. La curva de extracción del crudo habría llegado en esta década a su máximo (curva de Hubbert), debiendo esperarse desde ahora una menor frecuencia de descubrimientos de grandes yacimientos y un aumento paulatino de los costes de extracción. Todo ello implicaría una mayor tensión sobre la evolución de los precios. A pesar de que en los últimos años, las economías mundiales han sabido reducir su dependencia del petróleo, aún hay sectores que mantienen una altísima dependencia de los mismos, tales como el transporte o la industria química (abonos y plásticos incluidos). Sectores que, por su importancia, bastarían para conducir al sistema hacia un colapso del conjunto.
Sin embargo, reitero, dar por muerta a la Hidra de Lerna no es una buena idea, pues hay que eliminar a todas sus cabezas antes de empezar a cantar victoria. Y el capitalismo ha demostrado sobradamente su capacidad de adaptación ante las dificultades técnicas, tecnológicas y hasta filosóficas que se le han ido planteando a lo largo de su existencia. Soy consciente de que la idea de crecimiento con la que se asocia y que le da sentido a instrumentos tan arraigados en nuestra sociedad como el crédito o como el sistema de pensiones, tarde o temprano tendrá que chocar con el límite físico de la naturaleza. Y cuando esto suceda, el capitalismo habrá muerto. Aún así, suponerlo fulminado en 30-40 años es mucho suponer. Los avances en energía solar o en el campo de la fusión podrían llevarnos a soluciones factibles y económicas en un plazo razonable de tiempo. La rápida sustitución de la energía motriz del transporte evidentemente generaría costes y tensiones en el mundo pero, a medio plazo, sería una nueva vía de crecimiento económico. Eliminado o resuelto el problema energético, el sistema podría seguir funcionando unas décadas más habiendo superado una de sus peores pesadillas y reforzado ideológicamente por ello.
En cualquiera de los dos casos, por encima de las restricciones energéticas y por encima también de las controversias políticas e ideológicas sigue habiendo una gran corriente de fondo que va a elevar al primer plano el debate alimentario mundial, y con él, a la agricultura: el continuo aumento de la población humana. En el supuesto de colapso en el medio plazo, muchas de las instituciones internacionales se pondrían en cuestión, incluida la propia globalización: la disponibilidad del acceso prioritario a los recursos energéticos sería cuestión primordial y fuente de conflictos internacionales. En este escenario posible, con tensiones internacionales agravadas y aumentadas por la escasez energética, y con la posibilidad de conflictos bélicos, los movimientos migratorios incontrolados serán moneda corriente. Y volverán a serlo por la motivación de siempre: el acceso a los alimentos. El escenario colapso deviene con enorme probabilidad en un proceso de crecimiento de los precios de los alimentos. Como se explica en el número 2 de Coyuntura Agroalimentaria (p.2), en los últimos tiempos, los precios de los alimentos y del petróleo han convergido en un comportamiento bastante sincrónico. Las razones que se suelen esgrimir sobre el actual incremento de precios incluyen alguna que tiene una alta correlación con este respecto. El conjunto de motivaciones está bien condensado en el número 223 de Cuadernos de Información Económica de Funcas, la Fundación de las Cajas de Ahorros, y sirven para también para ilustrar los mecanismos que, en el caso de colapso, presionarían al alza aún más los precios de los alimentos:
Un entorno así, en el que el alimento se convierta nuevamente en una cuestión de soberanía nacional, con unos precios de la energía desatados y reflejados en la alimentación incidirían probablemente en una vuelta a planteamientos estrictamente productivistas, en los que la tecnología siempre ha tenido mucho que decir. Se impulsarían industrias de sustitución de las exportaciones en los países o áreas más cerradas y se buscaría garantizar en la medida de lo posible la independencia alimentaria. En este caso los avances tecnológicos perseguidos serían los relacionados con los aumentos de productividad.
En el mundo alternativo de una nueva fuente de energía –pongamos por caso, la solar–, el escenario cambiaría radicalmente. Por un lado, la importancia geoestratégica de determinados países desaparecería, y con ella una de sus fuentes principales de ingresos. No habría que menospreciar la posibilidad de problemas sociales en esos Estados que ahora acallan el descontento con enormes estados del bienestar, ni las posibilidades de globalización de los conflictos inicialmente locales relacionados con la distribución de la nueva escasez en dicha parte del mundo. No obstante, el proceso de globalización tendría las manos libres para, sin ellos o a pesar de ellos, continuar hacia delante.
Pero en el ámbito de los alimentos, y volviendo a la lista de razones del encarecimiento de los mismos, quedarían desactivadas algunas de ellas, como es el enlace de los precios del petróleo y sus derivados de la agricultura. En cualquier caso, posiblemente no dejarían de ser necesarios para el primario algunos de los derivados industriales del crudo. Sin embargo, otro buen puñado de razones seguirían totalmente activas, y fundamentalmente la del aumento de la población mundial y los problemas derivados de la escasez de suelo y agua. Con la base energética de la civilización resuelta o, al menos, resuelta a medio plazo, los problemas relacionados con el sustento de las poblaciones ganarían poder de atracción en los debates sociales y políticos.
El papel de la tecnología en este caso, se centraría también en cuestiones de productividad, pues la tijera recursos/demanda seguiría existiendo, pero posiblemente habría una mayor amplitud de campos de actuación, o de prioridades de desarrollo: variedades nuevas con mejores cualidades organolépticas, desarrollo de productos de I y V gama, logística y condiciones de transporte, sistemas de cultivo, recuperación y mantenimiento de suelos, etc.
Pero, aún así, con una tecnología actuando de redentora energética de la civilización y del capitalismo, la vanidad del ser humano y la necesidad de crecimiento (el fetiche del crecimiento que lo denomina Hamilton) terminaría arrastrando al sistema económico contra las barreras físicas de la naturaleza y de la realidad. Al menos a este sistema.
Volviendo al principio de esta reflexión, la tecnología y la alimentación seguirán siendo en el futuro inmediato (sea éste el colapso, la utopía energética o cualquier estadio intermedio) parte del problema y de la solución. Con el acento puesto seguramente en cuestiones distintas, el humano del futuro también precisará alimentos de calidad y seguros para garantizar su sustento. Y, en ese empeño que es diario, la tecnología siempre tendrá algo que decir.
En el primero de los casos, que alguno autores sitúan en fechas tan cercanas como el período de va desde hoy hasta dentro de no más de 30 años (véase el número 6 de la revista CUIDES), estaría motivado por la restricción energética y la dependencia de la economía mundial del petróleo. La curva de extracción del crudo habría llegado en esta década a su máximo (curva de Hubbert), debiendo esperarse desde ahora una menor frecuencia de descubrimientos de grandes yacimientos y un aumento paulatino de los costes de extracción. Todo ello implicaría una mayor tensión sobre la evolución de los precios. A pesar de que en los últimos años, las economías mundiales han sabido reducir su dependencia del petróleo, aún hay sectores que mantienen una altísima dependencia de los mismos, tales como el transporte o la industria química (abonos y plásticos incluidos). Sectores que, por su importancia, bastarían para conducir al sistema hacia un colapso del conjunto.
Sin embargo, reitero, dar por muerta a la Hidra de Lerna no es una buena idea, pues hay que eliminar a todas sus cabezas antes de empezar a cantar victoria. Y el capitalismo ha demostrado sobradamente su capacidad de adaptación ante las dificultades técnicas, tecnológicas y hasta filosóficas que se le han ido planteando a lo largo de su existencia. Soy consciente de que la idea de crecimiento con la que se asocia y que le da sentido a instrumentos tan arraigados en nuestra sociedad como el crédito o como el sistema de pensiones, tarde o temprano tendrá que chocar con el límite físico de la naturaleza. Y cuando esto suceda, el capitalismo habrá muerto. Aún así, suponerlo fulminado en 30-40 años es mucho suponer. Los avances en energía solar o en el campo de la fusión podrían llevarnos a soluciones factibles y económicas en un plazo razonable de tiempo. La rápida sustitución de la energía motriz del transporte evidentemente generaría costes y tensiones en el mundo pero, a medio plazo, sería una nueva vía de crecimiento económico. Eliminado o resuelto el problema energético, el sistema podría seguir funcionando unas décadas más habiendo superado una de sus peores pesadillas y reforzado ideológicamente por ello.
En cualquiera de los dos casos, por encima de las restricciones energéticas y por encima también de las controversias políticas e ideológicas sigue habiendo una gran corriente de fondo que va a elevar al primer plano el debate alimentario mundial, y con él, a la agricultura: el continuo aumento de la población humana. En el supuesto de colapso en el medio plazo, muchas de las instituciones internacionales se pondrían en cuestión, incluida la propia globalización: la disponibilidad del acceso prioritario a los recursos energéticos sería cuestión primordial y fuente de conflictos internacionales. En este escenario posible, con tensiones internacionales agravadas y aumentadas por la escasez energética, y con la posibilidad de conflictos bélicos, los movimientos migratorios incontrolados serán moneda corriente. Y volverán a serlo por la motivación de siempre: el acceso a los alimentos. El escenario colapso deviene con enorme probabilidad en un proceso de crecimiento de los precios de los alimentos. Como se explica en el número 2 de Coyuntura Agroalimentaria (p.2), en los últimos tiempos, los precios de los alimentos y del petróleo han convergido en un comportamiento bastante sincrónico. Las razones que se suelen esgrimir sobre el actual incremento de precios incluyen alguna que tiene una alta correlación con este respecto. El conjunto de motivaciones está bien condensado en el número 223 de Cuadernos de Información Económica de Funcas, la Fundación de las Cajas de Ahorros, y sirven para también para ilustrar los mecanismos que, en el caso de colapso, presionarían al alza aún más los precios de los alimentos:
- El aumento constante de población en el mundo, aún cuando es probable que a medida que los costes de supervivencia vayan aumentando, el ritmo de este crecimiento se vaya deteniendo.
- Cambios en la dieta de las poblaciones, concretamente en aquellos países en expansión en los que amplias capas de la sociedad están accediendo a la clase media, y están asumiendo los patrones de consumo alimentario de los occidentales (véase el libro Hungry Planet en el que se comienza a vislumbrar este fenómeno).
- Oferta insuficiente, fruto del rápido crecimiento de la demanda y de los problemas puntuales en torno a la producción con algunas malas cosechas en los últimos años (2007 y 2010), y limitaciones en las exportaciones de algunos países productores (para evitar situaciones de desabastecimiento en sus mercados locales).
- Disponibilidades limitadas de agua y tierra para poder dar satisfacción a los incrementos de la demanda, cuestiones que, en el fondo, no son sino el reflejo más evidente de la trampa malthusiana a la que nos estamos dirigiendo.
- Incremento del precio del petróleo. Este encarecimeinto del crudo, que ya hemos mencionado se encuentra en una senda de aceleración al menos que no se produzca un evento de back stop technology, interfiere en los precios de los alimentos a varios niveles. Uno inicial, como materia prima de la agricultura más industrializada y, por tanto, formando parte de los costes de producción de la misma; una segunda vuelta en el proceso de transporte de los productos en fresco o elaborados. Pero, ahora hay una tercera relación. El aumento de los precios de los combustibles fósiles sirve como dinamizador del mercado de los agrocombustibles. A partir de determinados niveles de precio del barril, comienza a ser interesante la producción de los denominados biocombustibles, algunos de los cuales provienen de especies que también son usadas para la alimentación humana, como es el caso del maíz –recuérdese la crisis de las tortillas de maíz en Mexico–.
- Finalmente, los cambios en los sistemas de protección agrícola en Europa y EEUU han devenido en una reducción considerable de los stocks de alimentos. Bien sea por razones de coste, bien por cuestiones relacionadas con la globalización, la realidad es que esos stocks actuaban como reguladores de la oferta y como reservas de emergencia, habiéndose limitado esta posibilidad con su reducción.
Un entorno así, en el que el alimento se convierta nuevamente en una cuestión de soberanía nacional, con unos precios de la energía desatados y reflejados en la alimentación incidirían probablemente en una vuelta a planteamientos estrictamente productivistas, en los que la tecnología siempre ha tenido mucho que decir. Se impulsarían industrias de sustitución de las exportaciones en los países o áreas más cerradas y se buscaría garantizar en la medida de lo posible la independencia alimentaria. En este caso los avances tecnológicos perseguidos serían los relacionados con los aumentos de productividad.
En el mundo alternativo de una nueva fuente de energía –pongamos por caso, la solar–, el escenario cambiaría radicalmente. Por un lado, la importancia geoestratégica de determinados países desaparecería, y con ella una de sus fuentes principales de ingresos. No habría que menospreciar la posibilidad de problemas sociales en esos Estados que ahora acallan el descontento con enormes estados del bienestar, ni las posibilidades de globalización de los conflictos inicialmente locales relacionados con la distribución de la nueva escasez en dicha parte del mundo. No obstante, el proceso de globalización tendría las manos libres para, sin ellos o a pesar de ellos, continuar hacia delante.
Pero en el ámbito de los alimentos, y volviendo a la lista de razones del encarecimiento de los mismos, quedarían desactivadas algunas de ellas, como es el enlace de los precios del petróleo y sus derivados de la agricultura. En cualquier caso, posiblemente no dejarían de ser necesarios para el primario algunos de los derivados industriales del crudo. Sin embargo, otro buen puñado de razones seguirían totalmente activas, y fundamentalmente la del aumento de la población mundial y los problemas derivados de la escasez de suelo y agua. Con la base energética de la civilización resuelta o, al menos, resuelta a medio plazo, los problemas relacionados con el sustento de las poblaciones ganarían poder de atracción en los debates sociales y políticos.
El papel de la tecnología en este caso, se centraría también en cuestiones de productividad, pues la tijera recursos/demanda seguiría existiendo, pero posiblemente habría una mayor amplitud de campos de actuación, o de prioridades de desarrollo: variedades nuevas con mejores cualidades organolépticas, desarrollo de productos de I y V gama, logística y condiciones de transporte, sistemas de cultivo, recuperación y mantenimiento de suelos, etc.
Pero, aún así, con una tecnología actuando de redentora energética de la civilización y del capitalismo, la vanidad del ser humano y la necesidad de crecimiento (el fetiche del crecimiento que lo denomina Hamilton) terminaría arrastrando al sistema económico contra las barreras físicas de la naturaleza y de la realidad. Al menos a este sistema.
Volviendo al principio de esta reflexión, la tecnología y la alimentación seguirán siendo en el futuro inmediato (sea éste el colapso, la utopía energética o cualquier estadio intermedio) parte del problema y de la solución. Con el acento puesto seguramente en cuestiones distintas, el humano del futuro también precisará alimentos de calidad y seguros para garantizar su sustento. Y, en ese empeño que es diario, la tecnología siempre tendrá algo que decir.
Almería, 2 de agosto de 2011
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