Economía y política en tiempos de cambio

Muchas veces en la historia, los contemporáneos de cada momento no han sido conscientes de que estaban protagonizando tiempos de cambio, de ruptura y transformación. Los españoles que viajaron con Colón no pensaban que estaban inaugurando la Edad Moderna, ni los industriales británicos del XVIII tenían conciencia de ser los iniciadores de una verdadera revolución industrial, que también resultó ser económica y social.
Posiblemente, el rasgo más importante para definir estos momentos de cambio solo pueda ser apreciado a posteriori, ya que se contabiliza en función del número de modificaciones y la profundidad de las mismas que hayan generado. En este sentido, es muy posible que los momentos en los que nos encontramos aparezcan destacados en los libros de texto de los estudiantes del futuro. La revolución de las tecnologías ha puesto en tela de juicio muchas de las bases sobre las que se asentaba nuestra sociedad. Las divisiones nacionales han perdido consistencia, las fuentes de competitividad económica se han transformado y la globalización económica y cultural se ha acelerado, al contar con el potencial de Internet.
Dentro de las transformaciones que se han producido, hay al menos una que se genera a nivel individual y que convertida en comportamiento colectivo tiene un alto potencial transformador. El acceso a la información (y a los productos) con unos costes de transacción muy reducidos, nos expone a unos niveles hasta ahora desconocidos y, al mismo tiempo, nos permite interactuar con otros individuos en planos de relación en los que antes era impensable: aficionados a la papiroflexia, usuarios de Android, interesados en la nutrición, programadores, forofos de los cruceros, y un larguísimo etcétera. Obviamente, también nos permite una mayor interacción desde el punto de vista de la política y de los movimientos ciudadanos, trastocando las tradicionales estructuras piramidales de los partidos y poniendo en cuarentena las diferencias tradicionales entre los enfoques ideológicos.
Es por ello que el nacimiento y auge de partidos al margen de los tradicionales tiene sentido y responde a las expectativas de unos ciudadanos que no encuentran canales apropiados en el seno de los partidos tradicionales. Otra cosa será que estos nuevos contendientes terminen esclerosando sus estructuras o que los viejos sistemas partidarios evolucionen hacia fórmulas de funcionamiento más abierto. Pensar que no se producirán tensiones y cambios en la sociedad en medio de una verdadera revolución tecnológica y social tal vez sea demasiado inocente. O demasiado inconsciente.

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