Adiós abueli

Hola abueli. Ya sé que hoy no es mi día de visita. De hecho, no lo volverá a ser nunca más. Pero ésta es una visita por escrito y, por lo tanto, intemporal. Además, ya sabes que destilar el dolor a través de las palabras es un ensalmo ideal para calmar el alma. Y hoy lo necesito.
Fiel a tu costumbre, te has terminado saliendo con la tuya, sin darnos siquiera tiempo para despedirnos. Se me han quedado en el tintero algunos te quiero, el penúltimo episodio de las azañas de Javi y enseñarte las fotos del cumpleaños de Jorge. El único al que has faltado. Sí, ya sé que eran 13, y con la mala suerte no se juega. Por cierto, tendrías que haber visto lo bien que se ha comportado cuando se lo he dicho: ya es todo un hombre y no ha querido contribuir a mis lágrimas. Aunque le he visto morderse los labios y aguantar las suyas en el borde de los ojos. En eso se parece a tí, le cuesta expresar sus sentimientos.
A tu Javi no le hemos dicho nada, seguramente no lo entendería o incluso preguntaría si a la vuelta le traerías un regalito. No se siquiera que le diré cuando pregunte el próximo domingo sobre por qué no voy a verte.
A lo largo de hoy han ido llegando mis hermanos, bueno aún Sonia viene de camino. Como siempre ella es la que más llorará: es la más empática de los cuatro. Así que, en cierto modo, has logrado tener a toda tu familia en torno tuyo. Sólo ha faltado la peque, aunque ha estado en fotografía y todos han dicho que es preciosa (lo que hubieras presumido).
Ahora toca seguir sin tu presencia, sin tus broncas y tus indirectas directas al corazón. Toca saber que ya nunca volveré a probar unas croquetas como las tuyas y que en la calle Javier Sanz ya no estará más que tu sombra asomada a la terraza del cuarto.
Adiós abuela. Adiós.
Sólo una cosa más: por mucho que te empeñes no soy ni el más guapo, ni el más listo de los nietos. Pero gracias por decirlo.

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