Mirando a lo lejos en la horticultura de Huelva


FOTO: huelvamasalla.es

El futuro se perfila cada vez más complicado. A las expectativas recesionistas que hoy se pronostican sobre la economía europea a corto plazo, habrá que sumarles las repercusiones a largo plazo de la estrategia europea respecto a la PAC y a los acuerdos comerciales con terceros países. Sin embargo, hasta el momento, la agricultura onubense ha sido capaz de resistir las embestidas que las circunstancias y la competencia le han propinado.
El pensamiento estratégico, sin embargo, es cada vez más importante de cara a la supervivencia de las empresas de comercialización, ya que las tendencias de largo plazo de precios y costes son puestas y convergentes, lo que implica la reducción de la rentabilidad. No es motivo de estas páginas establecer ninguna hoja de ruta para nadie, pero sí que consideramos que nuestra obligación es recomendar que se haga una, o todas las que sean necesarias.
Desde el punto de vista de la producción, la calidad y la seguridad son las variables más apreciadas por parte de los consumidores. En este sentido, la apuesta por el control biológico en los frutos rojos se antoja como correcta ya que sin duda redundará en los dos aspectos señalados y es una de las pocas salidas claras ante el recorte continuo de las materias activas permitidas en la agricultura. Sin embargo, este esfuerzo abrirá de seguro nuevos frentes desde el punto de vista de la sanidad y el manejo de los cultivos. Junto con este esfuerzo habrá que seguir incidiendo en la búsqueda de variedades mejor adaptadas al entorno de la zona procurando que los rendimientos mejoren, al menos por encima del descenso tendencial de los precios y de los obtenidos por la competencia. Asimismo, debemos seguir investigando en sistemas de manejo, buscando la minimización de los costes y la máxima productividad física.
Volviendo a la comercialización, la diversificación de gama y el aumento del volumen ofrecido podrían suponer las estrategias adecuadas para el conjunto del sector hortofrutícola. El estrechamiento de márgenes en las empresas de servicios es difícil superarlo sólo con mejoras de la productividad, aunque sí son obtenibles en la parte de selección y empacado de los productos. Pero, una vez se tiene la mejor maquinaria o el personal más eficiente, sólo un salto tecnológico puede romper el seguro estancamiento de los rendimientos.  Se hace necesario encontrar la vía para aumentar el precio obtenido por los productos. Cuando nos movemos en un mercado que no discrimina más que por el precio (una vez cumplidas las condiciones mínimas de entrada al mismo: calidad y salubridad), una de las pocas opciones es generar valor añadido percibido al cliente. La Gran Distribución goza de las ventajas que aporta el tamaño a la hora de negociar precios. Pero esa fortaleza es también un problema, ya que las labores de aprovisionamiento y logística se complican. La opción de ganar dimensión para poder gestionar pedidos más grandes, más variados y durante más tiempo, posiblemente ofrezca a estos clientes una importante reducción de sus costes de transacción y se sientan algo más proclives a seguir aprovisionándose aquí.
La competitividad es la palabra de moda, es el mantra que sobre la economía española se repite una y otra vez. Sin embargo, la competitividad no es una variable únicamente macroeconómica. Cierto es que la dotación de capital tecnológico, financiero y humano está por encima del nivel de la empresa. Pero, de la misma forma, una economía sólo es competitiva si sus empresas lo son. La materialización de esta variable se produce siempre en relación de la capacidad de las empresas nacionales para enfrentarse a las foráneas en los mercados. En este sentido, el sector agroalimentario español en general, y el de las frutas y hortalizas onubenses, en particular ha venido mostrando un  comportamiento ejemplar.
En definitiva, el reto más amplio tal vez sea lograr el desacoplamiento entre los precios y las cantidades producidas, la huida de esa trampa que convierte a nuestras producciones en meras commodities. La innovación a todos los niveles y la imaginación a la hora de vender nuestros productos son, por  tanto, alguno de los componentes necesarios para edificar el futuro. Invirtamos en ellos, creamos en ellos y enfrentemos cada año como un reto a superar, poniendo en duda todo lo que pensamos es fijo y rompiendo las barreras mentales de todos los agentes, a veces las mayores de todas.

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