La sostenibilidad en acción
Hace unos pocos días tuve el privilegio de asistir como miembro del tribunal a la presentación de los trabajos Fin de Máster de la promoción 2022/2023 del título MIA de ISAM Education en Almería. El nivel medio de los trabajos fue sobresaliente, y de un par de ellos estratosférico. Como en los últimos años, los grupos se centraron en solucionar un problema real de una alguna empresa del ámbito hortofrutícola español y de su industria auxiliar.
En esta ocasión se trata de reducir el desperdicio alimentario. La empresa objeto de los trabajos ya tiene habilitadas un par de soluciones, pero quería tener más opciones. Todos los grupos ofrecieron alternativas viables, que no solo reducían el desperdicio, sino que transformaban el problema en nuevos productos comercializables. Es decir, se trasmutaba un problema en una oportunidad, con potencial para generar nuevos ingresos y mejorar la cuenta de resultados. Y desde perspectivas y opciones muy diferentes.
Si pensamos en términos meramente económicos, el aprovechamiento de lo que hasta ese momento eran desperdicios, a lo sumo subproductos sin valor comercial, y la posibilidad de rentabilizarlos implica que la cantidad de recursos invertidos en el proceso (agua, semillas, mano de obra, tierra de cultivo) no se “pierde” y que la parte “comercial” de la cosecha ya no tiene por qué compensar completamente todos esos costes. Es decir, en cierta forma, reducimos sus costes de producción.
España es una potencia agroalimentaria, no en vano en algunos sectores nos contamos entre los principales productores y exportadores del mundo. Tanto de alimentos frescos como elaborados. La sostenibilidad para nosotros, que estamos en la primera línea de frente del cambio climático, es menos una demanda de los mercados que una necesidad para garantizar nuestra supervivencia. La variedad de nuestras condiciones climáticas y producciones contribuyen a que nuestras oportunidades lo sean también.
Puede ser que Bruselas se esté pasando de frenada en el plazo de los compromisos adquiridos en materia ambiental (y en el caso del sector agroalimentario especialmente), pero lo que no me cabe duda es de que de al margen de los plazos administrativos, tarde o temprano tendremos que optar por soluciones más sostenibles en la producción y distribución de alimentos y en el resto de nuestras actividades productivas. Y tampoco me cabe duda de que es mejor ser conscientes del proceso y tener margen de decisión sobre el mismo, que tener que enfrentarnos a situaciones sobrevenidas repentinamente sin un plan de contingencias y sin margen alguno, ni de tiempo ni de tecnología.
Optar por poner en marcha soluciones como las que plantearon los estudiantes del Máster nos ponen en la senda del futuro y nos permiten exhibir ante nuestros clientes actuales y potenciales un compromiso ético con la naturaleza y con el resto de la sociedad que mejorará nuestra imagen en los mercados a la vez que ahorramos recursos ─que es lo mismo que decir dinero─.
En esta ocasión se trata de reducir el desperdicio alimentario. La empresa objeto de los trabajos ya tiene habilitadas un par de soluciones, pero quería tener más opciones. Todos los grupos ofrecieron alternativas viables, que no solo reducían el desperdicio, sino que transformaban el problema en nuevos productos comercializables. Es decir, se trasmutaba un problema en una oportunidad, con potencial para generar nuevos ingresos y mejorar la cuenta de resultados. Y desde perspectivas y opciones muy diferentes.
Todos los grupos ofrecieron alternativas viables, que no solo reducían el desperdicio, sino que transformaban el problema en nuevos productos comercializables
El futuro ya es presente
A veces, cuando se habla de sostenibilidad, de economía circular, de cierre de flujos de energía y de materiales, el que escucha tiene la sensación de que se trata de cuestiones más de futuro que de presente. Nada más lejos de la realidad. Los avances tecnológicos de los últimos años, y no me refiero a las tecnologías de telecomunicaciones, ponen a nuestro alcance numerosas soluciones. Solo es necesario que un grupo de personas con un mínimo de creatividad e interés analice las opciones y trabaje sobre las diferentes alternativas. Y eso me quedó meridianamente claro en el tribunal. Cuatro equipos multidisciplinares, muy motivados ─la pasión invertida en sus alternativas era evidente─ fueron capaces de encontrar 4 soluciones viables y que requerían de una inversión relativamente pequeña.
Si pensamos en términos meramente económicos, el aprovechamiento de lo que hasta ese momento eran desperdicios, a lo sumo subproductos sin valor comercial, y la posibilidad de rentabilizarlos implica que la cantidad de recursos invertidos en el proceso (agua, semillas, mano de obra, tierra de cultivo) no se “pierde” y que la parte “comercial” de la cosecha ya no tiene por qué compensar completamente todos esos costes. Es decir, en cierta forma, reducimos sus costes de producción.
España es una potencia agroalimentaria, no en vano en algunos sectores nos contamos entre los principales productores y exportadores del mundo. Tanto de alimentos frescos como elaborados. La sostenibilidad para nosotros, que estamos en la primera línea de frente del cambio climático, es menos una demanda de los mercados que una necesidad para garantizar nuestra supervivencia. La variedad de nuestras condiciones climáticas y producciones contribuyen a que nuestras oportunidades lo sean también.
Plazos y costes
Sin embargo, poner en marcha un sistema agroalimentario más sostenible, que sea capaz de reducir su consumo de recursos y que minimice sus desperdicios no es algo que se pueda hacer de la noche a la mañana. En muchas ocasiones requiere de nuevas inversiones que no todos los sectores o todas las explotaciones están en condiciones de acometer. Además, no siempre el mercado está dispuesto a pagar el sobrecoste que compromisos como el Pacto Verde o la Estrategia de la granja a la mesa conllevan a nivel productivo.
Particularmente, en un momento como el actual, en el que por un lado, el sector se encuentra en una situación delicada derivada de los aumentos de costes y de la reducción de las producciones por la sequía, y en el que, por otro lado, se está polarizando ─se está «tuiterizando»─ el discurso en torno al cambio climático (y a los objetivos de desarrollo sostenible), el riesgo de parálisis es muy elevado.
Particularmente, en un momento como el actual, en el que por un lado, el sector se encuentra en una situación delicada derivada de los aumentos de costes y de la reducción de las producciones por la sequía, y en el que, por otro lado, se está polarizando ─se está «tuiterizando»─ el discurso en torno al cambio climático (y a los objetivos de desarrollo sostenible), el riesgo de parálisis es muy elevado.
No siempre el mercado está dispuesto a pagar el sobrecoste que compromisos como el Pacto Verde o la Estrategia de la granja a la mesa conllevan a nivel productivo
Puede ser que Bruselas se esté pasando de frenada en el plazo de los compromisos adquiridos en materia ambiental (y en el caso del sector agroalimentario especialmente), pero lo que no me cabe duda es de que de al margen de los plazos administrativos, tarde o temprano tendremos que optar por soluciones más sostenibles en la producción y distribución de alimentos y en el resto de nuestras actividades productivas. Y tampoco me cabe duda de que es mejor ser conscientes del proceso y tener margen de decisión sobre el mismo, que tener que enfrentarnos a situaciones sobrevenidas repentinamente sin un plan de contingencias y sin margen alguno, ni de tiempo ni de tecnología.
Optar por poner en marcha soluciones como las que plantearon los estudiantes del Máster nos ponen en la senda del futuro y nos permiten exhibir ante nuestros clientes actuales y potenciales un compromiso ético con la naturaleza y con el resto de la sociedad que mejorará nuestra imagen en los mercados a la vez que ahorramos recursos ─que es lo mismo que decir dinero─.
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