Los dilemas chinos
El constante ascenso de China al puesto de potencia mundial se ha encontrado en los últimos tiempos con la férrea oposición de Estados Unidos. El freno estadounidense hasta el segundo mandato de Donald Trump se ha basado en restricciones económicas y, con especial virulencia, en la limitación de su acceso a tecnologías que Estados Unidos considera estratégicas y que tienen un potencial doble uso en el ámbito militar. El caso más evidente es la serie de prohibiciones a empresas occidentales para exportar software o hardware que permita a los chinos producir chips de última generación.
Estados Unidos, que había edificado y mantenido el edificio institucional y político que cobijaba a un sistema multilateral basado en normas –no diremos que fuera un sistema justo, ni siquiera ético, pero era bastante predecible– se ha convertido en el pirómano que le está prendiendo fuego. El gran negociador y estratega que se cree Donald Trump ha abierto una guerra comercial que piensa que puede ganar porque tiene un mercado en el que todos quieren vender. Y los aranceles son la palanca de presión con la que estrujar al resto de países.
Pero, de camino, está enemistándose con la mayoría de sus socios históricos, desde sus vecinos más cercanos, hasta las democracias liberales europeas a las que menosprecia y ningunea en todos los ámbitos. Y ese alejamiento y hasta desprecio implica también una reducción del papel de árbitro estadounidense. También está desmontando algunos de los elementos de poder suave (softpower) que sostenían su hegemonía, como el USAid o como la herramienta de atracción de talento mundial que eran sus universidades.
Todo esto presenta para China una oportunidad de ganar influencia y poder que difícilmente va a dejar escapar, aunque a la vez tenga que enfrentarse a algunos importantes dilemas, tanto en el ámbito interno como en el externo.
El aumento masivo de aranceles que impuso Trump desde abril ha significado de facto un fuerte retroceso de las exportaciones chinas, un hueco que no será fácil de cubrir por el resto de mercados a corto plazo. Además, muchos sectores han estado generando stocks que se acumulan en los almacenes y que con mucha probabilidad terminarán bajando de precio para liberar la presión de las existencias sobre las cuentas de resultados empresariales, como ya está pasando con los vehículos.
Es decir, no es el mejor momento para desarrollar la estrategia de sustitución de exportaciones por consumo interno. Pero inundar otros mercados con productos baratos desviados del destino americano puede generar un gran rechazo en los sectores productivos de esos mercados alternativos y, por ende, en sus gobiernos, dificultando el objetivo de ser visibilizado como un poder más benévolo y predecible que el estadounidense.
La ventaja china en este terreno es que no es una democracia y que puede tomar decisiones que otros países no podrían, como limitar la capacidad exportadora de sus empresas, obligándolas a interiorizar los costes de la sobreproducción o permitiéndoles asumirlos en largos periodos de tiempo.
En este sentido, es llamativo el giro chino con respecto a las importaciones europeas de porcino, que estaban amenazadas por una investigación de competencia desleal y que, aunque aún no pueden respirar, están viendo cómo la decisión final se prorroga y se aleja en el tiempo, posiblemente para tener capacidad de maniobra ante las actuales negociaciones con Estados Unidos.
Especialmente la alianza con Rusia, de cara a mantener unas relaciones reforzadas con la Unión Europea, no es algo que sea sostenible a medio plazo. Además, la propia transformación energética de la economía china hará que sus necesidades de combustibles fósiles baratos sean cada vez menores, por lo que el mantenimiento de las relaciones con Rusia irá perdiendo importancia a largo plazo.
El nuevo mundo al que nos aboca la estrategia estadounidense actual es un mundo de bloques. El interés de Europa, y puede que el de la propia China, sea el de mantener un sistema multilateral al margen de los Estados Unidos, buscando en la medida de lo posible la independencia militar de los unos y la tecnológica de la otra.
Pero, en la medida que China continúe con sus actuales alianzas, nunca será un socio completamente confiable para Europa. Posiblemente este sea el dilema más complejo de resolver. Sobre todo, cuando mantiene una reclamación sobre Taiwán a la que considera una provincia rebelde y a la que pretende reincorporar a su territorio nacional.
Además, la propia actitud de Estados Unidos y el atractivo que siente su presidente ante los hombres fuertes, es una baza que podría inducir a China a invadir al pequeño país. Taiwán, por su parte, parece que también ha decidido cambiar su estrategia de defensa ante la incertidumbre que supone la nueva política internacional estadounidense.
En los últimos años, China ha priorizado el desarrollo de capacidades que le permitan convertirse en un poder militar. Su inversión aún dista mucho de la que lleva a cabo el Pentágono, pero no han dejado de mejorar las capacidades del Ejército Rojo.
Si quiere ocupar el puesto de árbitro internacional, el uso de su ejército será casi con total seguridad necesario, pero no sería bien visto un ataque sin mediar provocación para invadir Taiwán o la cadena de islas del mar de la China Meridional sobre las que mantiene también reclamaciones territoriales.
Ante las dificultades crecientes que Estados Unidos le ha estado presentado, China parece que ha decidido desarrollar sus propias capacidades. Ya ha demostrado, con la irrupción de DeepSeek, que puede obtener resultados similares a los estadounidenses utilizando semiconductores de menor potencia en las ramas más avanzadas de la tecnología. Ahora, además, ha comenzado a diseñar y a fabricar los suyos propios.
Ha decidido priorizar sus desarrollos a tener que funcionar con tecnologías recortadas. A corto plazo es obvio que tendrán peores resultados, pero, de nuevo, su visión es de muy largo plazo y no se mueve al ritmo de los ciclos electorales de los demás. Puede que tarde, pero logrará acercarse o incluso superar a los americanos con una mezcla de inversión, insistencia y, por supuesto, espionaje industrial.
Sin embargo, para llegar a ser el hegemón, tendrá que afrontar y decidir ante diversos dilemas que la acercarán o la alejarán de este objetivo. En cualquier caso, la situación estadounidense puede cambiar rápidamente, bien porque Trump decida echar marcha atrás en sus principales políticas para evitar daños mayores o bien porque el electorado americano le de la espalda, cosa que podría ocurrir tan pronto como en las elecciones de mitad de mandato. O también, aunque esto es menos probable, nos podríamos encontrar con una Unión Europea reforzada y con capacidad suficiente como para ser ella la que tome el timón.
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El contexto actual
Sin embargo, el segundo mandato de Trump ha introducido una nueva variable en la ecuación del equilibrio internacional. La disrupción creada en todos los ámbitos por el presidente-empresario, incluido en el de la política interna –enfrentamientos con los funcionarios, con las universidades o con el gobernador de California–, implica, entre otras cosas, el abandono estadounidense de su rol como mantenedor del orden mundial (hace tres meses ya escribí sobre lo que esto significaba para Europa).Estados Unidos, que había edificado y mantenido el edificio institucional y político que cobijaba a un sistema multilateral basado en normas –no diremos que fuera un sistema justo, ni siquiera ético, pero era bastante predecible– se ha convertido en el pirómano que le está prendiendo fuego. El gran negociador y estratega que se cree Donald Trump ha abierto una guerra comercial que piensa que puede ganar porque tiene un mercado en el que todos quieren vender. Y los aranceles son la palanca de presión con la que estrujar al resto de países.
Pero, de camino, está enemistándose con la mayoría de sus socios históricos, desde sus vecinos más cercanos, hasta las democracias liberales europeas a las que menosprecia y ningunea en todos los ámbitos. Y ese alejamiento y hasta desprecio implica también una reducción del papel de árbitro estadounidense. También está desmontando algunos de los elementos de poder suave (softpower) que sostenían su hegemonía, como el USAid o como la herramienta de atracción de talento mundial que eran sus universidades.
Todo esto presenta para China una oportunidad de ganar influencia y poder que difícilmente va a dejar escapar, aunque a la vez tenga que enfrentarse a algunos importantes dilemas, tanto en el ámbito interno como en el externo.
El dilema de las exportaciones como motor de crecimiento
Aunque China ya había adoptado una estrategia económica orientada a fortalecer su mercado interno y reducir la dependencia del comercio exterior, las dificultades financieras derivadas del pinchazo de su burbuja inmobiliaria y el rápido deterioro de su motor demográfico están complicando enormemente este objetivo.El aumento masivo de aranceles que impuso Trump desde abril ha significado de facto un fuerte retroceso de las exportaciones chinas, un hueco que no será fácil de cubrir por el resto de mercados a corto plazo. Además, muchos sectores han estado generando stocks que se acumulan en los almacenes y que con mucha probabilidad terminarán bajando de precio para liberar la presión de las existencias sobre las cuentas de resultados empresariales, como ya está pasando con los vehículos.
Es decir, no es el mejor momento para desarrollar la estrategia de sustitución de exportaciones por consumo interno. Pero inundar otros mercados con productos baratos desviados del destino americano puede generar un gran rechazo en los sectores productivos de esos mercados alternativos y, por ende, en sus gobiernos, dificultando el objetivo de ser visibilizado como un poder más benévolo y predecible que el estadounidense.
La ventaja china en este terreno es que no es una democracia y que puede tomar decisiones que otros países no podrían, como limitar la capacidad exportadora de sus empresas, obligándolas a interiorizar los costes de la sobreproducción o permitiéndoles asumirlos en largos periodos de tiempo.
En este sentido, es llamativo el giro chino con respecto a las importaciones europeas de porcino, que estaban amenazadas por una investigación de competencia desleal y que, aunque aún no pueden respirar, están viendo cómo la decisión final se prorroga y se aleja en el tiempo, posiblemente para tener capacidad de maniobra ante las actuales negociaciones con Estados Unidos.
El dilema de los socios
La política de alianzas de China le genera también un serio dilema. Su actual asociación con algunos países que se han situado al margen de la legalidad internacional, como Rusia, Corea del Norte o Irán, puede suponer un freno para el resto del mundo.Especialmente la alianza con Rusia, de cara a mantener unas relaciones reforzadas con la Unión Europea, no es algo que sea sostenible a medio plazo. Además, la propia transformación energética de la economía china hará que sus necesidades de combustibles fósiles baratos sean cada vez menores, por lo que el mantenimiento de las relaciones con Rusia irá perdiendo importancia a largo plazo.
El nuevo mundo al que nos aboca la estrategia estadounidense actual es un mundo de bloques. El interés de Europa, y puede que el de la propia China, sea el de mantener un sistema multilateral al margen de los Estados Unidos, buscando en la medida de lo posible la independencia militar de los unos y la tecnológica de la otra.
Pero, en la medida que China continúe con sus actuales alianzas, nunca será un socio completamente confiable para Europa. Posiblemente este sea el dilema más complejo de resolver. Sobre todo, cuando mantiene una reclamación sobre Taiwán a la que considera una provincia rebelde y a la que pretende reincorporar a su territorio nacional.
El dilema del uso de la fuerza
Y precisamente ahí aparece un nuevo dilema. La invasión rusa de Ucrania, la guerra desatada por Israel en Gaza y algunas otras estrategias de hechos consumados a lo largo y ancho del planeta ponen de manifiesto la absoluta incapacidad de la ONU para ponerles freno.Además, la propia actitud de Estados Unidos y el atractivo que siente su presidente ante los hombres fuertes, es una baza que podría inducir a China a invadir al pequeño país. Taiwán, por su parte, parece que también ha decidido cambiar su estrategia de defensa ante la incertidumbre que supone la nueva política internacional estadounidense.
En los últimos años, China ha priorizado el desarrollo de capacidades que le permitan convertirse en un poder militar. Su inversión aún dista mucho de la que lleva a cabo el Pentágono, pero no han dejado de mejorar las capacidades del Ejército Rojo.
La ventaja china es que no es una democracia y que puede tomar decisiones que otros países no podrían
Si quiere ocupar el puesto de árbitro internacional, el uso de su ejército será casi con total seguridad necesario, pero no sería bien visto un ataque sin mediar provocación para invadir Taiwán o la cadena de islas del mar de la China Meridional sobre las que mantiene también reclamaciones territoriales.
El dilema tecnológico
En realidad, este ya no es un dilema como tal.Ante las dificultades crecientes que Estados Unidos le ha estado presentado, China parece que ha decidido desarrollar sus propias capacidades. Ya ha demostrado, con la irrupción de DeepSeek, que puede obtener resultados similares a los estadounidenses utilizando semiconductores de menor potencia en las ramas más avanzadas de la tecnología. Ahora, además, ha comenzado a diseñar y a fabricar los suyos propios.
Ha decidido priorizar sus desarrollos a tener que funcionar con tecnologías recortadas. A corto plazo es obvio que tendrán peores resultados, pero, de nuevo, su visión es de muy largo plazo y no se mueve al ritmo de los ciclos electorales de los demás. Puede que tarde, pero logrará acercarse o incluso superar a los americanos con una mezcla de inversión, insistencia y, por supuesto, espionaje industrial.
Conclusión
China está en condiciones de competir con Estados Unidos por la hegemonía mundial, sobre todo en un momento en el que el gigante americano parece haberse plegado sobre sí mismo, obsesionado con una guerra comercial en el exterior y una guerra cultural en el interior que a corto plazo solo conseguirá debilitarse.Sin embargo, para llegar a ser el hegemón, tendrá que afrontar y decidir ante diversos dilemas que la acercarán o la alejarán de este objetivo. En cualquier caso, la situación estadounidense puede cambiar rápidamente, bien porque Trump decida echar marcha atrás en sus principales políticas para evitar daños mayores o bien porque el electorado americano le de la espalda, cosa que podría ocurrir tan pronto como en las elecciones de mitad de mandato. O también, aunque esto es menos probable, nos podríamos encontrar con una Unión Europea reforzada y con capacidad suficiente como para ser ella la que tome el timón.
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