Primeras impresiones sobre el acuerdo arancelario europeo con Estados Unidos
Por lo que llevo leído estos dos últimos días, la opinión general es que la Unión Europea se ha plegado ante las exigencias de Donald Trump en materia de aranceles. Una mirada rápida a lo que se va a firmar (y que no está definitivamente cerrado) y a la forma en la que se ha oficializado el acuerdo lo confirman punto por punto.
A priori, el acuerdo base de un arancel del 15 % solo mejora la situación de la industria de los automóviles, que actualmente pagaba el 20 %. El resto de los productos y sectores, en realidad, empeoran su situación. Además, dicho 15 % es 5 puntos superior al 10 % que ha logrado arrancar el Reino Unido, y entre los flecos que restan por cerrar aún quedan productos especialmente sensibles para la economía europea. Y el acero, el aluminio y el cobre se quedan con el 50 % que tenían desde abril.
También se han «estimado» o comprometido (dicen del lado americano) cantidades a invertir en la economía estadounidense y a adquirir en forma de productos energéticos, que no queda nada claro cómo se materializarán –esto es en principio favorable a Europa, pero también puede convertirse en un casus bellipara la administración americana para recrudecer en cualquier momento la guerra comercial–.
Por otra parte, parece que la UE se ha comprometido a reducir las «barreras no arancelarias» en determinados productos agroalimentarios.
Finalmente, la escenificación del acuerdo se realizó en un club de golf propiedad del presidente norteamericano, si bien este está situado en Irlanda.
A cambio, Europa no recibe nada, incluso acepta no llevar a cabo contramedidas que reequilibren la situación.
Y esta claudicación se produce después de la vergonzosa cumbre de la OTAN en la que un servil secretario general de la organización regalaba los oídos de Trump, a la vez que marcaba la pauta de servilismo que parece estar siguiendo la Comisión.
Es posible que las frías relaciones con China, cada vez más visiblemente involucrada en la guerra de Ucrania apoyando a Rusia, haya sido un aliciente para no volar los puentes y mantener a Estados Unidos mínimamente interesado en el conflicto. Su apoyo a las sanciones de la última ronda aprobada por la UE, sin duda, aumentaría la probabilidad de éxito de aquellas. Pero ya hemos visto que este respaldo no será gratis nunca más; EE. UU. mandará armas, pero las pagaremos los europeos.
Todo eso es cierto. También lo es que, a largo plazo, los efectos de los aranceles se dejarán notar en los precios de consumo americanos, sobre todo una vez que se desaparece la incertidumbre y las empresas importadoras ya tienen un conocimiento completo de sus sobrecostes. Una parte puede que se absorba en los márgenes, pero otra muy importante terminará trasladándose al precio (volveré sobre esto un poco más adelante).
También persisten a fecha de hoy, martes 29 de julio, grandes lagunas, entre las que se cuentan los productos farmacéuticos y los alimentos. No olvidemos que hace pocos días la Comisión Europea ha presentado su marco presupuestario a partir de 2027, con un importante recorte de los fondos destinados a la PAC. Una reducción de las exigencias de calidad o medioambientales a las importaciones estadounidenses podría terminar de revolucionar a un campo europeo que ya se ve como el gran damnificado de la nueva era inaugurada por Trump –elegimos cañones en lugar de mantequilla–.
Esto implicará que el actual diferencial de tipos de interés entre la eurozona y EE. UU. podría mantenerse por un plazo de tiempo bastante amplio, de forma que sea rentable el arbitraje entre un área y otra. Y esto puede contribuir a un cambio en la tendencia de los tipos de cambio euro/dólar. La notificación del acuerdo ya ha provocado un deterioro de la moneda europea del 2,5 %, al pasar de 1,18 €/US$ el domingo a 1,15 el martes. Si ambas monedas se acercaran de nuevo a la paridad –donde ya estuvieron– significaría un abaratamiento indirecto de nuestras exportaciones hacia la zona dólar de un 15,3 %, aproximadamente el importe del arancel básico.
Claro que estas son las cuentas de la lechera y que, dado el nivel de deuda estadounidense, el apetito por sus bonos podría no ser el que era, y que nos encontráramos con un dólar cayendo por falta de interés de terceros países en sus mercados de deuda (hay que considerar especialmente las compras de Japón y de China).
Pero no sabemos si una posición negociadora algo más dura hubiera mejorado el resultado, o si algo menos de prisa –las presiones de Alemania para alcanzar un acuerdo rápidamente no nos han beneficiado– hubiera puesto nerviosos a los negociadores trasatlánticos.
A cambio, nos hemos dejado en el camino una buena parte de nuestro crédito geopolítico y hemos firmado algo que tal vez acabe explotándole en la cara a los gobiernos europeos en forma de rebelión en las granjas.
El tiempo dirá…
A priori, el acuerdo base de un arancel del 15 % solo mejora la situación de la industria de los automóviles, que actualmente pagaba el 20 %. El resto de los productos y sectores, en realidad, empeoran su situación. Además, dicho 15 % es 5 puntos superior al 10 % que ha logrado arrancar el Reino Unido, y entre los flecos que restan por cerrar aún quedan productos especialmente sensibles para la economía europea. Y el acero, el aluminio y el cobre se quedan con el 50 % que tenían desde abril.
También se han «estimado» o comprometido (dicen del lado americano) cantidades a invertir en la economía estadounidense y a adquirir en forma de productos energéticos, que no queda nada claro cómo se materializarán –esto es en principio favorable a Europa, pero también puede convertirse en un casus bellipara la administración americana para recrudecer en cualquier momento la guerra comercial–.
Por otra parte, parece que la UE se ha comprometido a reducir las «barreras no arancelarias» en determinados productos agroalimentarios.
Finalmente, la escenificación del acuerdo se realizó en un club de golf propiedad del presidente norteamericano, si bien este está situado en Irlanda.
A cambio, Europa no recibe nada, incluso acepta no llevar a cabo contramedidas que reequilibren la situación.
Y esta claudicación se produce después de la vergonzosa cumbre de la OTAN en la que un servil secretario general de la organización regalaba los oídos de Trump, a la vez que marcaba la pauta de servilismo que parece estar siguiendo la Comisión.
Sí, bwana
La imagen que ha dado la Unión en este acuerdo es la de un poder inferior, que se pliega ante el chantaje americano sin apenas resistencia; un comportamiento que desde el punto de vista geopolítico rebaja el papel del bloque de cara a posicionarse como líderes de los países interesados en mantener un sistema de relaciones multilateral basado en normas.Es posible que las frías relaciones con China, cada vez más visiblemente involucrada en la guerra de Ucrania apoyando a Rusia, haya sido un aliciente para no volar los puentes y mantener a Estados Unidos mínimamente interesado en el conflicto. Su apoyo a las sanciones de la última ronda aprobada por la UE, sin duda, aumentaría la probabilidad de éxito de aquellas. Pero ya hemos visto que este respaldo no será gratis nunca más; EE. UU. mandará armas, pero las pagaremos los europeos.
¿Menos malo en lo económico?
En lo que respecta al frente económico se podría argüir que el acuerdo se queda cerca de los aranceles que ya se estaban pagando desde abril, por lo que no se ha empeorado demasiado y que, por tanto, no es un mal acuerdo. También es admisible el argumento de que el acuerdo es mejor que la incertidumbre asociada a una guerra comercial, si bien no sabemos hasta qué punto se hubiera arrugado EE. UU. de haber existido una posición de fuerza europea; por ejemplo, incrementando la presión sobre las empresas de servicios tecnológicos estadounidenses, con las que la Unión mantiene un déficit importante. Y, no lo olvidemos, la importante industria europea del automóvil ve aliviada su situación al rebajarse el arancel desde el 25 % actual.Todo eso es cierto. También lo es que, a largo plazo, los efectos de los aranceles se dejarán notar en los precios de consumo americanos, sobre todo una vez que se desaparece la incertidumbre y las empresas importadoras ya tienen un conocimiento completo de sus sobrecostes. Una parte puede que se absorba en los márgenes, pero otra muy importante terminará trasladándose al precio (volveré sobre esto un poco más adelante).
También persisten a fecha de hoy, martes 29 de julio, grandes lagunas, entre las que se cuentan los productos farmacéuticos y los alimentos. No olvidemos que hace pocos días la Comisión Europea ha presentado su marco presupuestario a partir de 2027, con un importante recorte de los fondos destinados a la PAC. Una reducción de las exigencias de calidad o medioambientales a las importaciones estadounidenses podría terminar de revolucionar a un campo europeo que ya se ve como el gran damnificado de la nueva era inaugurada por Trump –elegimos cañones en lugar de mantequilla–.
Macromagia en el largo plazo
Retomemos el tema de los precios. Al no imponer contramedidas, la UE no se dispara en el pie y no añade desgaste extra al ya de por sí debilitado PIB comunitario (más allá del que habrá por el funcionamiento de los aranceles). De esta forma, las presiones inflacionarias no castigarán a nuestra economía o lo harán en menor medida que a la estadounidense. De hecho, diversas encuestas y la experiencia previa señalan que los aranceles los acabarán pagando los consumidores americanos.Esto implicará que el actual diferencial de tipos de interés entre la eurozona y EE. UU. podría mantenerse por un plazo de tiempo bastante amplio, de forma que sea rentable el arbitraje entre un área y otra. Y esto puede contribuir a un cambio en la tendencia de los tipos de cambio euro/dólar. La notificación del acuerdo ya ha provocado un deterioro de la moneda europea del 2,5 %, al pasar de 1,18 €/US$ el domingo a 1,15 el martes. Si ambas monedas se acercaran de nuevo a la paridad –donde ya estuvieron– significaría un abaratamiento indirecto de nuestras exportaciones hacia la zona dólar de un 15,3 %, aproximadamente el importe del arancel básico.
Claro que estas son las cuentas de la lechera y que, dado el nivel de deuda estadounidense, el apetito por sus bonos podría no ser el que era, y que nos encontráramos con un dólar cayendo por falta de interés de terceros países en sus mercados de deuda (hay que considerar especialmente las compras de Japón y de China).
Conclusiones
La conclusión primera es que, ciertamente, un mal acuerdo es mejor que una guerra comercial, y que este elimina una buena parte de la incertidumbre. Otra es que una parte importante de los costes derivados de los aranceles la sufrirán los consumidores estadounidenses. Y que hasta es posible que, a medio plazo, se diluyan los aranceles por una potencial apreciación del dólar –cuya tendencia hasta ahora era precisamente la contraria–.Pero no sabemos si una posición negociadora algo más dura hubiera mejorado el resultado, o si algo menos de prisa –las presiones de Alemania para alcanzar un acuerdo rápidamente no nos han beneficiado– hubiera puesto nerviosos a los negociadores trasatlánticos.
A cambio, nos hemos dejado en el camino una buena parte de nuestro crédito geopolítico y hemos firmado algo que tal vez acabe explotándole en la cara a los gobiernos europeos en forma de rebelión en las granjas.
El tiempo dirá…
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