Productividad, competitividad y paro

Había una vez un país muy pobre, al menos más pobre que la mayoría de los que había a su alrededor. Con el tiempo, ese país se fue abriendo al exterior y a las novedades y, poco a poco, se fue haciendo tan rico como los demás. Sin embargo, en un momento dado, sus ciudadanos se volvieron un poco más locos que el resto del mundo. Creyeron que podrían lograr reducir la sempiterna lacra del paro a base de alicatar la mayor parte de su territorio.
La cosa es que durante un tiempo demasiado largo, esa locura pareció posible y este país, que había sido un emisor de emigrantes durante gran parte del siglo XX, se convirtió, de la noche a la mañana, en uno de los de mayor presencia de extranjeros en su territorio. Gracias a esos extranjeros, el PIB y la recaudación de la Seguridad Social crecían y el paro llegó a estar por debajo de la del vecino más poderoso de todos. La realidad era tan buena que parecía un sueño.
Pero lo malo de los sueños es que, tarde o temprano, terminan. Y muchas veces de forma abrupta. De pronto, alguien descubrió que el rey iba desnudo y que el sistema financiero internacional se había estado dando un festín de basura disfrazada de activos estructurados. La digestión de ese gran atracón de porquería seria duro, pero también conllevaría una mayor desconfianza sobre cualquier otro activo y el desecamiento de los mercados de capitales durante una larga temporada. Y ahí estaba ese país que se pensaba rico, emitiendo sus cédulas hipotecarias para financiar su propia burbuja de ladrillos. Y, como su ahorro nacional no daba abasto, había recurrido masivamente a esos mismos mercados que ahora estaban vacíos. Y aquello que nadie deseaba que pasará sucedió: el baile terminó porque el tocadiscos se quedó sin luz, pillando a la gran mayoría dando vueltas sin control. Ya nadie compraba casas, nadie daba crédito para comprarlas y los precios comenzaron a bajar, devaluando las garantías hipotecarias y golpeando la solvencia de toda la economía.
Muchos en ese país tan raro comenzaron a pensar que el cielo se había caído sobre ellos, o que algo peor que todas las plagas bíblicas estaba pasando. En apenas un par de años, la otrora orgullosa tasa de paro se duplicó y se destruyeron millón y medio de puestos de trabajo. Todo eran ahora problemas: que si falta de ahorro, que si falta de crédito, que si falta de competitividad...
Sin embargo, algo bullía por debajo de todas esas capas de malas noticias y pesimismo. Para comenzar, dado que el mayor impacto de la crisis se lo había llevado el sector de la construcción, caracterizado por una grades necesidades de mano de obra y una relativa baja productividad de la misma, fue también el primero en comenzar a expulsar activos. De esta forma, la economía de aquel país comenzó a desandar el camino recorrido en los años previos, en los que la productividad de los trabajadores cayó paulatinamente –si, cuando todos pensaban que el futuro era seguir construyendo–. De pronto, en apenas 1 año aquel país del que nadie decía nada positivo recuperó sus niveles de productividad a costa, eso sí, de dejar en la cuneta a un número increíble de trabajadores.

Evolución de la productividad por empleo. UE27=100
El crédito seguía sin llegar o, cuando lo hacía, era más caro. La gente pensaba que el país no tenía solución y sus políticos se afanaban en organizar estrategias para las elecciones generales que se acercaban. Su antes optimista (y poco realista) presidente, ahora se inmolaba por la patria y su partido, cediendo a las exigencias de unos mercados con los que no se sentía cómodo, pero de los que no podía prescindir. La oposición simplemente se dejaba llevar: la gran ola de la crisis tumbaría al gobierno sin producirles a ellos ningún desgaste. O sea, el cocktail perfecto para que no sucediera nada bueno.

Pero la cosa es que, a pesar del aumento del paro, de la deflación de los activos inmobilarios y de las garantías hipotecarias; a pesar también de la escasez de crédito, millones de personas seguían levantándose cada día, yendo a trabajar y esforzándose por seguir saliendo adelante. Será porque es cierto que la necesidad agudiza el ingenio, será porque, en el fondo, aún había gente que confiaba en salir de la crisis. Ese cuento ya lo contará alguien dentro de unos años. Lo cierto es que esa economía, que había sufrido un ajuste tan brutal en el empleo, logró salir de la recesión y, poco a poco, fue corrigiendo algunos de sus desajustes. Aquel país en el que ya nadie confiaba, se encontró de pronto con menor deuda que algunos de sus grandes vecinos, con menos déficit y, mira tú por dónde, con mayor productividad que ellos y que alguno de los países considerados más productivos del mundo.

Datos de Eurostat
Evidentemente, esto no garantizaba la salida de la crisis. Habría que poner algunas otras virtudes en juego. Pero visto en perspectiva no dejaba de ser un buen pilar sobre el que seguir edificando ese país de este cuento. Tampoco habría que olvidar a los millones de parados que habían quedado en el camino y los cuales tendrían grandes dificultades en encontrar un nuevo empleo, dado que no era probable que se volviera a sustentar el crecimiento en un sector de baja productividad. Ese sería, por encima de cualquier otro, el gran reto de futuro del país.
Lo que hoy puede parecer negro e imposible, mañana puede verse desde otra perspectiva, sobre todo si se mira desde un PIB de nuevo creciente...

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

ACTUALIZACIÓN: Alemania ofrecerá empleo a parados cualificados de España y Portugal

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