La crisis hídrica


No, no me he vuelto loco, aún… Esta crisis está resultando mucho más difícil de superar de lo que nos imaginábamos. Es como una hidra. En cuanto le cortamos una cabeza, se le reproduce otra. Primero fueron las hipotecas subprime y su rastro de basura financiera en los balances bancarios de todo el mundo. Luego, una vez rescatados los bancos con dinero público y transmutado el problema de la deuda privada en otro de deuda pública y una vez invertidos miles de millones de euros en programas de estímulo de las economías, nos encontramos con una nueva cabeza, esta vez en Europa, y de la mano de las mentiras de Grecia y su potencial papel desestabilizador de toda la Zona Euro.
Por mucho que la experiencia griega no contradice su pasado de bancarrotas, el riesgo actual es el contagio de su situación a otros países. De un lado, los que tienen problemas de exceso de déficit (es un decir, porque para déficit fiscal el de Estados Unidos), que van a ver encarecido su acceso al crédito internacional: España, Italia, Portugal, Irlanda, Bélgica (¿suma y sigue?). Pero también, de otro lado, los grandes tenedores de deuda griega: los bancos alemanes y franceses. Bancos que ya se vieron envueltos en el affaire subprime y que ahora tendrían que volver a ser rescatados con fondos públicos. Es decir, en el ya casi seguro caso de suspensión de pagos (o quiebra) de Grecia, los daños se extenderían a todo lo largo y ancho de la Unión. Y todo ello en medio de un nuevo credit crunch, ya que los mercados mayoristas de capitales se están secando por días.
Ahora la culpa ya no es de los americanos. La culpa es totalmente europea. Primero, por haber permitido la entrada del dracma en el euro, a sabiendas de la incorrección de las cuentas helenas. Segundo, por haber gestionado de la peor forma posible esta crisis. Los europeos hemos hecho cada uno la guerra por nuestro lado. El peor comportamiento, posiblemente, haya sido el de Alemania, que ha interpretado su papel exclusivamente en términos de su propia política interna. Los resultados han sido desastrosos porque se ha agravado la situación y porque la coalición de gobierno germano ha seguido perdiendo elección tras elección en los landers. Merkel ha querido remedar a la dama de hierro, pero se está quedando en señorita de hojalata. Resulta enternecedor verla ahora pedir paciencia con los griegos a sus conciudadanos, meses después de haber despotricado contra los países vagos y gastadores del Sur. La realidad es que, entre unos, otros y el BCE hemos dejado que la situación llegue al momento actual. Como en las buenas tragedias, a las que tan aficionados eran los antiguos griegos, la sucesión de los hechos desemboca en un momento culminante en el que ya apenas quedan alternativas y cualquier solución es lacrimógena.
Podemos dejar que Grecia entre en barrena y declare una suspensión de pagos, renegociando su deuda en mejores condiciones y con una quita importante. Pero ello debería ir acompañado de un mecanismo de aislamiento para con los demás países en peligro, particularmente España e Italia, cuyo rescate es prácticamente inviable y cuya caída pondría en peligro la continuidad del euro. Podemos seguir inyectando cantidades ingentes de dinero para sanear las cuentas griegas, lo que provocará un aumento sustancial de la deuda del resto de países, y que podría derivar en una guerra abierta entre los países de la Eurozona y los especuladores.  También podríamos expulsar el cáncer del cuerpo, es decir, echar a Grecia del euro, a costa de empobrecer a varias generaciones de griegos, ya que su deuda está denominada en euros y un nuevo dracma quedaría muy devaluado con respecto a la divisa única.
Mis conocimientos y mi imaginación no dan para mucho ahora. Pero el comportamiento de esta crisis me convence de que escapar de ella va a resultar bastante largo (posiblemente no menos de 7 años) y bastante complejo. Esta crisis hídrica tiene el potencial de reproducirse una y otra vez, de mutarse y lo que hoy es una cuestión financiera, mañana puede convertirse en el estallido de una crisis social que ponga patas arriba el mapa  político mundial.

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