Ni soy periférico ni lo quiero ser

El otro día, Paul Krugman le echaba un capote a la economía española. Desde esta web he insistido en otras ocasiones que no nos merecemos tanto castigo por parte de los mercados. Hoy retomo mi cruzada en favor de la economía española desde el campo de la semántica.
Cuando comenzaron los problemas nos llamaron PIIGS (gracioso acrónimo que significa cerdos, a la vez que Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España), y ahora nos dicen periféricos. Aunque esto último es cierto, no somos menos periféricos que Gran Bretaña o Suecia, que también se sitúan geográficamente en la periferia. Pero es que tampoco vale una acepción que recurra a la metáfora del peso económico. Las producciones combinadas de España e Italia no son precisamente marginales para la Unión. El descalabro de cualquiera de ellos tendría consecuencias de terremoto para la Eurozona o para la subsistencia de la propia moneda común.
La cuestión es que un gestor de fondos se lo pensará dos veces antes de invertir en deuda de unos países considerados cerdos, o periféricos (que suena como países de chichinabo). Aunque él como profesional sea capaz de vislumbrar el riesgo de impago real, pensará que sus impositores no estarán contentos si escuchan que están ligeramente expuestos a los cerdos. Tenderá a deshacer posiciones.
Dice José Carlos Díez que la codicia de los agentes siempre puede más que el riesgo. No le fata razón, pero siempre hay un momento en el que la codicia deja su lugar al pánico y entonces no hay promesa que pueda parar la sangría.
Las palabras son neutrales en origen, cadenas de fonemas tan sólo; son los significados los que resultan dañinos, dolorosos, injuriantes o todo lo contrario. Si nosotros somos los primeros que nos autocalificamos como periférico, que no nos extrañe que los mercados nos ninguneen. En momentos en los que la sensibilidad está a flor de piel deberíamos esforzarnos en ser cuidadosos, sobre todo cuando se trata de adjetivos calificativos.

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