Cuando Internet se convierte en Walking Dead
Hace unos días tuve la desagradable experiencia de sufrir en mis propias carnes la tarascada del odio de un muerto viviente de Internet, eso que en la jerga geek se denomina troll. Ante un artículo corto, en el que hago un sucinto diagnóstico de la situación económica (desgraciadamente, la mala situación) de Almería, un (o una) sujeto se dedicaba a llamarme arribista y medrador. Y, lo que más me dolió, me acusó de plagiar y de usar el trabajo de mis alumnos en beneficio propio. Circunstancias por cierto que, de ser ciertas, serían constitutivas de delito y motivo de expulsión de la carrera académica. Todo esto lo hacía desde el anonimato, por supuesto, y sin aportar un sólo argumento a su favor.
Nunca he sido partidario de poner límites a la red. Tampoco he estado, ni estoy, de acuerdo con la identificación digital absoluta, pues los argumentos críticos a veces se ven favorecidos por cierto anonimato, sobre todo en situaciones de falta de libertad política. Gracias a ella, mucha gente se atreve a expresar ideas que de otra forma se quedarían acumulando frustraciones personales y hasta sociales. Pero una cosa es criticar una idea con argumentos (como han logrado en el blog de FEDEA), y otra muy distinta abrigarse con la impunidad que da el no ser nadie, para soltar en forma de insulto o desprecio gratuito la bilis atascada en la boca del estómago.
Este zombi (troll) de las redes está devaluando el debate allí donde sienta sus reales y no se le pone coto. Porque, como bien señalaba la defensora del lector de El País en su artículo de esta semana, muchos se sienten incómodos con esta violencia verbal y se van; pero otros entran al trapo, generando una escalada becerril de complicada resolución.
No debemos eliminar el anonimato, creo que es una victoria irrenunciable de la red, pero entiendo que hemos de poner freno a los que no opinan, sino que convierten el diálogo en algo imposible con sus actitud. Es evidente que el propio zombi no va a ser capaz de sujetar sus bajos instintos cuando se ponga delante del teclado, por lo que debería ser responsabilidad de los editores y del resto de usuarios que estas manifestaciones no continúen produciéndose. En este sentido, los procesos de registro previo y acumulación de karma me parecen sumamente interesantes. Otra vía es la moderación previa de comentarios (aunque me gusta menos).
Por otro lado, muchas de esas expresiones bílicas que se producen en la red son constitutivas de delito, o al menos pueden considerarse como faltas, por lo que los jueces deberían sensibilizarse con estos asuntos y comenzar a dedicares un poco de atención. En realidad, el anonimato es casi siempre relativo, porque por la vía de la IP se puede identificar el origen, y no digamos cuando éste resulta ser un teléfono móvil o similar. En mi caso, esta mañana he dejado en manos de mi abogado el asunto para que me aconseje qué camino tomar.
Sería una desgracia que tuviéramos que salir a la red armados con escopetas por si nos encontramos con un zombi, o que este magnífico espacio de libertad terminara convirtiéndose en un sucio lodazal lleno de bazofia intelectual.
Nunca he sido partidario de poner límites a la red. Tampoco he estado, ni estoy, de acuerdo con la identificación digital absoluta, pues los argumentos críticos a veces se ven favorecidos por cierto anonimato, sobre todo en situaciones de falta de libertad política. Gracias a ella, mucha gente se atreve a expresar ideas que de otra forma se quedarían acumulando frustraciones personales y hasta sociales. Pero una cosa es criticar una idea con argumentos (como han logrado en el blog de FEDEA), y otra muy distinta abrigarse con la impunidad que da el no ser nadie, para soltar en forma de insulto o desprecio gratuito la bilis atascada en la boca del estómago.
Este zombi (troll) de las redes está devaluando el debate allí donde sienta sus reales y no se le pone coto. Porque, como bien señalaba la defensora del lector de El País en su artículo de esta semana, muchos se sienten incómodos con esta violencia verbal y se van; pero otros entran al trapo, generando una escalada becerril de complicada resolución.
No debemos eliminar el anonimato, creo que es una victoria irrenunciable de la red, pero entiendo que hemos de poner freno a los que no opinan, sino que convierten el diálogo en algo imposible con sus actitud. Es evidente que el propio zombi no va a ser capaz de sujetar sus bajos instintos cuando se ponga delante del teclado, por lo que debería ser responsabilidad de los editores y del resto de usuarios que estas manifestaciones no continúen produciéndose. En este sentido, los procesos de registro previo y acumulación de karma me parecen sumamente interesantes. Otra vía es la moderación previa de comentarios (aunque me gusta menos).
Por otro lado, muchas de esas expresiones bílicas que se producen en la red son constitutivas de delito, o al menos pueden considerarse como faltas, por lo que los jueces deberían sensibilizarse con estos asuntos y comenzar a dedicares un poco de atención. En realidad, el anonimato es casi siempre relativo, porque por la vía de la IP se puede identificar el origen, y no digamos cuando éste resulta ser un teléfono móvil o similar. En mi caso, esta mañana he dejado en manos de mi abogado el asunto para que me aconseje qué camino tomar.
Sería una desgracia que tuviéramos que salir a la red armados con escopetas por si nos encontramos con un zombi, o que este magnífico espacio de libertad terminara convirtiéndose en un sucio lodazal lleno de bazofia intelectual.
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