La implosión del euro

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Ahora que parece que el origen del Universo podría ser más que una mega-explosión, una macrocongelación, tal vez deberíamos comenzar a mirar al euro como a una estrella en vías de implosión.
Como las estrellas, durante su origen y primeros años de vida, se alimentó del combustible con el que contaban las partes más luminosas: una liquidez sin reservas que inflaba en diversos países de la Unión burbujas de deuda, unas basadas en los activos financieros, otras en los sistemas bancarios y otros en el mercado inmobiliario. Mientras estas burbujas crecían, el euro tenía materia y energía para quemar y seguir dándonos luz. Sin embargo, cuando las hipertrofias generadas por las burbujas fueron notorias hasta para los optimistas más irredentos, los mecanismos de combustión se pararon. La estrella euro comenzó a morir.
En los inicios de 2010 se comenzó a hablar de la posibilidad de su desaparición, pero siempre asociado a un episodio de estallido, que demolería los cimientos de la UE y que dejaría a las economías de la zona en estado de shock. La mayor parte de los economistas, imbuidos por el espíritu de adivino que todos tenemos, pensábamos que el escenario era catastrófico e indeseable. Había que evitarlo sobre todas las cosas.
El tiempo ha pasado y, esta vez como nunca antes, la realidad ha vuelto a poner de relieve que la economía es más compleja de lo que nuestros modelos son capaces de entender y que cuando el dogma se hace política, los resultados pueden ser apocalípticos. Contra toda evidencia, los gobiernos de la Unión optaron por el oxímoron de la austeridad expansiva. La creencia de base era que nuestros problemas eran cosa de confianza y que los mercados la recuperarían si observaban un esfuerzo de contención por parte de los gobiernos. El resultado de esta política es profunda recesión, más paro, y prima de riesgo por las nubes, en un proceso contrario al anterior de congelamiento autosostenido.
Como bien señala Antón Costas, los mercados no fuerzan a nada, los mercados reaccionan y los resultados de las políticas que estamos llevando a cabo limitan nuestras posibilidades de salir adelante.
Llegados a este punto, en el que el enfriamiento está colapsando poco a poco a toda la economía europea sólo nos restan dos caminos: aportar más carburante a nuestra estrella moribunda, optando por convertirla en una verdadera moneda única con una verdadera unión económica y fiscal; o, por el contrario, dejarla morir por implosión, lo que en el caso de España, Grecia, Italia, Irlanda y Portugal supondría casi con toda seguridad una quita unilateral de deuda y una vuelta a unas monedas nacionales muy devaluadas. Los daños de esta maniobra serían inmensos a todos los niveles, tanto económicos como morales, y retrasaría en varias décadas el proceso de integración europea, pero seguramente las pérdidas se repartirían de forma más homogénea entre países.

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