¡Que nos alimenten ellos!

Vivimos tiempos extraños. Tiempos en los que un litro de agua puede resultar más caro que un litro de leche. Tiempos en los que la diferenciación, que era el Santo Grial tras el que debían correr las empresas de la agroalimentación, ha dejado paso a las marcas de la distribución con un consumidor más preocupado por el precio que por la calidad.
Pero, por extraños que los tiempos sean, aun se mantiene el antiguo uso de que una empresa no es rentable si sus ingresos son sistemáticamente inferiores a sus gastos. Y la agricultura, que debe cada día más buscar sus ingresos en el mercado no es una empresa. Suele ocurrir que en un mercado, cuando se producen beneficios, entonces la competencia aumenta, pues cada vez más empresas nuevas quieren participar de ellos. Con el tiempo, según los manuales al uso, será precisamente esa competencia la que provoque que los precios tiendan a reducirse, favoreciendo la supervivencia de los más eficientes y mejorando el bienestar de los consumidores. En este sentido, no es difícil imaginar las razones por las cuales los agricultores de países terceros se lanzan a la conquista de nuestros mercados (no olvidemos que Europa es uno de los mercados de mayor poder adquisitivo del mundo y el primer importador de alimentos junto con Estados Unidos).

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