La página en blanco

Voy a cometer el mayor sacrilegio que nunca he hecho contra mi vergüenza. Nunca antes había dado a leer como mía ninguno de mis poemas, fuera de un reducidísimo grupo de familiares. Pero después de hablar de mi calva en un periódico, los tabúes personales son meros visillos que pueden descorrerse sin demasiado problema. Eso sí, perdonad por el crimen. La poesía no es lo mío.

Una vez más me enfrento a los terribles silencios
De una página en blanco, de un camino sin vuelta.
Pretendo como el almohacen gritar desde ella
Que ni los años, ni los cambios que mudan los tiempos,
Harán mella en el sagrado mandato impuesto
De acunar con mis labios cada noche tus sueños.

Las líneas de mi mano trazan seguras un rumbo
Que pretende acercarse a tu piel, suplicando,
Implorando de tus poros el permiso de cubrirlos
Con caricias ensayadas en los senderos que duermo.

Batir las alas del genio fue siempre mi anhelo
Hasta que mis pupilas por tus curvas se durmieron.
Y ahora, sólo añoro ser deudor de tus caricias extrañas,
Deseadas, estoy seguro, desde antes de nacer.

Más los celos se acercan silenciosos como arañas,
Tejiendo con la confusión las telas de nuestra perdición,
Sangrando las heridas que tal vez tú y yo nos hicimos.
Soltemos las amarras que nos atan a este puerto
Y dejemos que empuje nuestro destino el viento.
Naveguemos hacia Levante, como niños olvidados.
Que la espuma de las sábanas cubra nuestros arrebatos.
Dejemos, en fin, que se nos meta el amor en las entrañas
Y que entre los dos fluyan, como nunca, las palabras.

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