La vieja innovación

No puedo por menos que dejar escapar una sonrisa cuando asisto al auténtico circo que se ha montado en los últimos años en torno a una obviedad conocida desde siempre: la innovación es el principal motor del desarrollo. Sobre todo si éste lo medimos desde el punto de vista del PIB. La innovación nos da lugar a nuevos productos, a nuevos mercados, a nuevas formas de fabricar los productos, a nuevas formas de intervenir en los mercados, a nuevas formas de organizar las empresas, etc., etc., etc.
Y es que, evidentemente, nada de eso es nuevo, siempre ha estado ahí, presente: desde que alguien pensó que podría cortar las tiras de carne con una esquirla afilada de piedra mejor que con los dientes. Estuvo cuando alguien imaginó la posibilidad de la rueda como elemento que facilitase el transporte. O cuando alguien pensó en que ese mismo invento aplicado a la guerra en forma de carro podría resultar decisivo, haciendo del ejército sumerio el más poderoso de su época. Si me apuran, la innovación es la verdadera madre de las revoluciones industriales y de la jovencísima revolución digital. Estamos hablando, por tanto, de algo consustancial al ser humano y, por tanto, a su actividad económica, desde siempre. La innovación, la i minúscula, ha estado ahí incluso antes que el propio I+D.
En este mismo orden de cosas, quiero hacer notar un par de obviedades, otras más, que a veces no se verbalizan (por notorias), pero que por eso mismo, a veces se olvidan: la innovación requiere un clima social y económico favorable, así como personas con imaginación. Y ambos condicionantes deben darse a la vez. Si damos por sentado que una de las habilidades intrínsecas del homo sapiens es su capacidad para el pensamiento abstracto, sólo necesitamos que la sociedad esté suficientemente abierta a los cambios como para que las innovaciones prendan y se multipliquen. Una sociedad aferrada a sus tradiciones, poco dada a los cambios, verá al innovador como una amenaza y, por consiguiente, acabará quemándolo en una hoguera por brujo o por hereje.
Así que la innovación, en realidad, es bastante vieja. Lo que posiblemente si haya cambiado es la forma en la que la buscamos. Al menos en el mundo de la empresa. El esquema dominante hasta hace unos años era buscar innovaciones para superar las crisis. Si se lograba, se explotaba la innovación hasta que hiciera falta encontrar una nueva. Actualmente, sin embargo, la mayor parte de las empresas viven en términos de innovación en una carrera constante por encontrarla y aplicarla. La globalización de la competencia y de los mercados ha provocado que las crisis puedan aparecer de un día para otro, por lo que las empresas deben estar constantemente buscando nuevos caminos, evitando en la medida de lo posible las emboscadas del mercado.

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