Crónica de la Desert Run 1: Alea iacta est


Casi todas las historias tienen un principio antes de su comienzo. El de ésta se remonta al mes de julio de 2011, en el que un grupo de 5 amigos nos enfrentamos a nuestra primera carrera de montaña: la media maratón del Calar Alto.
Quién la haya corrido puede dar fe de su dificultad. De los 21 kilómetros apenas 2,5 son cuesta arriba. Casi nada, dirán ustedes. Pero antes de tomarme por un blandengue tal vez deban saber que los otros 18 son de continuo descenso. Del Calar, el que suscribe bajó roto. Una pájara me dejó clavado en el último tramo, a medio camino del empinado ascenso de un cortafuegos de pesadilla. Del Calar bajé convencido de que no sería capaz de terminar la Desert Run.
Unas semanas antes Paco nos había enseñado un recorte de la revista Runner en la que se hablaba de la carrera y, Luis, que siempre ha sido un fuguillas hacía suya la aventura y nos liaba al resto para intentar la machada.
No era yo el único con la moral tocada, el palizón había hecho mecha en nuestras huestes y los ánimos se habían enfriado bastante. Pero mientras que nosotros andábamos haciendo la cabra por la sierra, nuestras familias se habían reunido para comer juntas y esperar nuestro regreso. Fue lo peor que podía habernos pasado.
Cuando llegamos, la decisión de participar en la carrera ya estaba tomada. Nuestras esposas, ajenas al sufrimiento que acabábamos de soportar, habían estado haciendo planes sobre lo bien que lo íbamos a pasar, lo chulo que sería dormir una noche en una jaima y lo emocionante que sería ver el atardecer desde una duna.
Como dijo Julio César al cruzar el Rubicón: alea iacta est.

Así que durante el verano y, sobre todo, durante septiembre y octubre nos estuvimos entrenando para aguantar varias tiradas seguidas y para alargar nuestra distancia hasta los 25-26 kilómetros de la última etapa. También durante esos meses fuimos cumplimentando los requisitos para inscribirnos y de los cinco iniciales, la partida se quedó en sólo tres corredores, ya que uno se lesionó y otro (sí, lo han adivinado, la persona que tuvo la idea) finalmente no pudo escaparse del trabajo.
Y los tres que quedamos sufrimos a lo largo del entrenamiento sendas lesiones, algunas de ellas en fechas ya muy próximas al viaje. Con todo, el 28 de octubre, seis amigos partíamos desde Almería con destino a Er-rachidia (vía Madrid).

Llegamos a Marruecos cuando ya oscurecía, en la pista nos esperaban con té, frutos secos y música tradicional. Luego nos embarcamos en unos 4x4 y llegamos a Erfoud justo a tiempo para cenar. El hotel de nuestra primera noche era el Kasbah Xaluca, un recoleto complejo que imita las kasbas tradicionales tanto en la arquitectura como en el revestimiento de los muros, a base de adobe.

Tras la cena, tuvimos la primera charla, en la que Joan Boada y Fernando Sebastián (de Sportravel) nos contaron cómo sería el día siguiente. No habría que madrugar y la etapa sería corta, tan sólo 15 km, pero cuya parte final transcurría por dunas de arena fina. Muy fina.

Pero nosotros estábamos dispuestos a comernos el desierto.



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