Desde antiguo hemos usado como indicador del desarrollo de una civilización el número y tamaño de sus ciudades. Posiblemente esto se deba a que es más sencillo encontrar y analizar los restos antiguos de grandes aglomeraciones de personas (en los que hay más probabilidades de hallar edificios de grandes proporciones y de materiales más duraderos: palacios, templos, etc.); o a que entendemos el proceso civilizador como el tránsito de las sociedades tribales de cazadores-recolectores desde su vida móvil y, por fuerza, ligera de equipaje, hasta nuestra realidad de grandes urbes concentradoras de consumo, personas y riquezas. Por tanto, hemos considerado intrínsecamente bueno y hasta natural el proceso de urbanización de nuestras sociedades. Aunque, para ser completamente honestos, hay que reconocer que al menos desde los años 70 del pasado siglo hemos comenzado a ser plenamente conscientes de los problemas medioambientales y hasta psicológicos que la vida en torno a las grandes ciudad
Hace unos pocos días en Cajamar hemos presentado el Análisis de la campaña hortofrutícola de Almería , una publicación que este año cumple su edición número 19 y que supone uno de los puntos de encuentro tradicionales del sector. Este año, de entre todos los datos que se ofrecieron, hubo un par que me llamaron poderosamente la atención. Paso firme entre la COVID y el brexit El primero, que en un año marcado a fuego por la pandemia de COVID-19 y por el período transitorio del brexit dichas cuestiones no se vieran reflejadas en exceso en la marcha de las variables, lo que habla no tanto de la capacidad de resiliencia del sector como de su capacidad de resistencia y adaptabilidad a los cambios bruscos. La mano de obra, por encima del 45 % El segundo estaba encerrado en la estructura de costes de una hectárea promedio. En apenas dos campañas, el coste de la mano de obra ha pasado de suponer poco más del 40 % del total hasta auparse al 45,4 %. Obviamente, este crecimiento tan brusco
Debería salir en el siguiente Expectativas. Pero nunca se sabe... Querido hijo: Posiblemente, para cuando tengas edad de entender estas palabras yo seré para ti apenas un resabio del siglo XX, poco menos que un cavernícola que insistirá de manera reiterativa en que estudies, en que no te pases con la hora de llegada los fines de semana y que sólo vive para amargarte la existencia. Algo así pensaba yo de mi padre cuando tenía 15 años. Y no te faltará razón, en parte, la otra parte me la irás dando según vayas cumpliendo años. En mi descargo te diré que el fondo soy un hombre del siglo XX que vive cada día más atribulado por la velocidad de los cambios. Cuando apenas ha comenzado a andar tu siglo, el XXI, el mundo es algo radicalmente distinto del que había en 1968, cuando yo nací. Seguramente no te suene de nada, pero eran los años de la Guerra Fría , un enfrentamiento a base de bravuconadas armamentísticas entre dos grandes bloques de países, liderados por sendas potencias nucleares, y
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