Repuesta a uno de los grandes enigmas de la humanidad a través de una freidora

Hoy me ha tocado fregar la freidora.
Es, posiblemente, el elemento de la cocina que más odie a la hora de su limpieza, incluso más que el horno. Y es que, lo haga como lo haga, siempre termino pringando de aceite por todas partes –si, soy un patoso–. Así que después de comer, me he armado de valor, de estropajo y Mistol Vajillas y he acometido la labor. Primero he vertido el aceite usado en un contenedor de reciclaje (para un centro de biocombustible), colando el aceite para que no cayeran las chispillas refritas del fondo, las cuales han terminado atorando el colador y provocando un derrame aceitoso en el fregadero y alrededores. Luego ha venido la labor de fregado de todas y cada una de las piezas. Como siempre, las más engorrosas (y pringosas) han sido la resistencia y la cubeta del aceite. Ésta ha requerido una fase inicial de ablandamiento y posteriormente dos sesiones de restregado con el estropajo.
Ahí estaba yo, dale que te pego al estropajo y preguntándome por qué diablos se me había ocurrido tamaña estupidez cuando, de pronto, cómo un fogonazo, un pensamiento cruzó mi mente. Y, no es por nada, pero el pensamiento es de los más brillantes que haya alumbrado nunca la raza humana. De pronto, decía, había resuelto uno de los grandes enigmas de la humanidad: ¿Por qué nos empeñamos los seres humanos en seguir produciendo engendros mecánicos, eléctricos, electrónicos o todo junto? Algunos lectores avispados habrán contestado: "para hacernos la vida más fácil".
¡Y una leche!
La verdadera y única razón es que somos unos masoquistas del copón. En realidad lo hacemos para buscarnos más complicaciones que resolver. Así, cuando se inventó la freidora no fue para facilitar nada, sino para que a la hora de fregarla supiéramos lo que es el sufrimiento y para que sintiéramos la tremenda necesidad de inventar algún lavador automático de freidoras.
Pero es que no es sólo con las freidoras. Por ejemplo, cuando la gente escribía las cartas comerciales, las facturas y las novelas a mano, alguien inventó la máquina de escribir. Un engendro que supuestamente aumentaba la productividad y la legibilidad de los textos. En realidad, lo que hizo fue generar una terrible frustración en la gente, que tuvo que ir a cursos de mecanografía en los que debían repetir una y otra vez textos y palabras inconexas. Y, ¿qué decir de la obsesiva relación que la máquina de escribir nos produjo con el típex? Una verdadera dependencia.
Luego, alguien quiso llegas más allá e inventó el ordenador. Se acabaron los papeles en las oficinas, nos dijeron. Lo que se nos acabó fue la paciencia al tener que aprender 800 comandos de teclado para el WordStar, o al tener que lidiar con el endiablado Windows, que más que un sistema operativo ha sido siempre una prueba interminable a la paciencia del usuario. Amén de comenzar a acumular discos de diversos tipos y tamaño que terminaban por no poder utilizarse, dejando constancia que la mejor forma de guardar la información, a pesar de todo, sigue siendo el papel.
Pero quisimos llegar más lejos aún, y se inventó el ordenador portátil. Ese engendro que nos permitiría trabajar en cualquier sitio. Ilusos.. Ese aparatito nos ha transformado en estibadores permanentes. Que vas por la calle, y cuando ves a alguien con el hombro caído rápidamente concluyes que es de los que tienen portátil. Y, lo peor, que te hartas de llevarlo encima, te mantiene unido umbilicalmente al puesto de trabajo durante todo el tiempo y, para colmo de males, siempre se queda sin batería en el peor momento: en medio de esa presentación tan importante en la que el único enchufe está siendo usado con el cañón y no hay ladrones disponibles. Así que, finalmente, quince adultos se arremolinan alrededor de una pequeña pantalla que merced a los brillos sólo ven decentemente dos y tu sigues pensando que los vas a dejar patidifusos con los efectos que les has metido a los gráficos.
Pero, ¿saben que es lo más triste? Lo más triste es darse cuenta de ésto y ser, al mismo tiempo, un adicto a los inventos. Lo más triste es darme cuenta de ello y correr al ordenador portátil a escribirlo en el blog (que es un invento destinado a provocarnos molestias permanentes en los tendones de los dedos...)

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